En la Almería que retrata en sus libros y artículos Eduardo D. Vicente, la vida era más sencilla. El fútbol mismo era distinto: los jóvenes entraban en el Franco Navarro y el portero les preguntaba por la familia; sin cacheos ni altas medidas de seguridad. Los niños se divertían con cualquier cosa: celebraban Halloween sin saber lo que era en el local de Paco Almansa, donde asustaban a las chicas entre tanta oscuridad.
En aquella ciudad, no existían los bífidus, ni el aloe vera o la flora intestinal. Si uno se hacía una herida o un esguince o tenía mal de amores, le recomendaban darse un baño en el mar. “Yo lo probé el día que me dejó mi primera novia y cuando logré relajarme dentro del agua y salí, me habían robado la ropa”, expresó el periodista y escritor.
Incluso el amor era infinitamente más simple, porque los portales estaban abiertos y olían a inocencia y a pimentón. “Allí nos dimos los primeros besos, nos conformábamos con poco. Un beso era tal acontecimiento que casi lo poníamos en el periódico”.
Talismán
Eduardo D. Vicente, cronista de la Almería sencilla, regresó anoche a su escenario talismán, el Teatro Apolo -donde reunió a unas 300 personas-, para presentar su último libro: ‘Guía sentimental de una ciudad’, que sale hoy a la venta publicado por LA VOZ.
“Había que volver al Apolo, han sido tres años sin estar aquí. En este tiempo, muchos me habéis parado por la calle para preguntarme por mi próximo libro, me habéis dicho que mis presentaciones marcan el inicio de la Navidad, pero quería hacer algo diferente, que dejara huella. No os puedo prometer estar aquí el año que viene, sí que me pararé a hablar con vosotros de las majorettes de Mont de Marsan”, bromeó con el tema que ya se ha convertido en un clásico de sus encuentros.
Imaginando a las majorettes de Mont de Marsan, los niños de su generación descubrieron el amor de forma prematura. “Hubo una época en que nos dio por ir a esperarlas a la puerta del Colegio María Inmaculada. Nos pasábamos el día mirando la ventana pensando en que se estaban duchando y nosotros éramos el agua y el jabón. Luego la vista se pasaba de las ventanas de las monjas y la cosa, claro, perdía su encanto”, confesó.
Eduardo relató su experiencia como suplente del acomodador del Gelu, sala de cine X a la que la gente iba de tapadillo, y desveló que fue uno de esos jóvenes que salían corriendo del videoclub cuando devolvían, sin rebobinar, una de aquellas películas que estaban mal vistas. “Las salas de cine eran la ilusión de muchos de nosotros. Cuando cerraron, vinieron los videoclubes con aquella habitación secreta separada por una cortina que nunca cruzamos. Bueno, un amigo una vez lo hizo, pero era un degenerado”, ironizó.
El fútbol, para el que el autor de ‘Guía sentimental de una ciudad’ es una religión, estuvo presente en acto a través de un vídeo del ascenso del Almería en el año 79. También en una anécdota relativa a la primera vez que se confesó: “Me tocó un cura bueno de los que no te hacía pagar demasiada penitencia. Después de decirle que en la calle y en casa a lo único que jugaba era al fútbol, me preguntó si era de esos chicos que daban balonazos en la puerta de la iglesia. Le contesté: ‘Le juro que no, doy balonazos de lunes a sábado, los domingos busco caracoles”.
Prosa poética
La intervención de Eduardo D. Vicente estuvo precedida por una introducción del abogado y articulista Fausto Romero, que ha sido clave en la publicación del libro. “Sé que es poeta, pero jamás me ha dado a leer un poema suyo. Me conformo con la prosa poética de las contraportadas y de sus libros; éste es el más suyo e inédito”, señaló.
Romero ensalzó a Vicente y lo definió como un “reportero a la vieja usanza, de libretilla y bolígrafo”. “No tiene coche, ni moto, ni móvil, ni cuenta en las redes sociales. Eduardo cree que hay que volver a mirar a los ojos, porque quien no comprende una mirada tampoco comprende una explicación”.
“Ésta es la memoria del alma de una Almería que ya no es, pero a la que seguimos queriendo como se quiere a una madre”, concluyó.
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