El escritor Juan Goytisolo (1931-2017), Premio Cervantes, Europalia y La Chanca, los únicos lauros que aceptó y llevaba personalmente a gala, eterno candidato al Premio Nobel y el literato que más y mejor ha llevado el nombre de Almería por todo el planeta, falleció este domingo en Marraquech (Marruecos).
Autor de tres libros monográficos sobre la provincia (‘Campos de Níjar’, ‘La Chanca’ y el más desconocido ‘Para vivir aquí’) y cuatro más con amplias referencias (‘En los reinos de taifa’, ‘Coto vedado’, ‘Señas de Identidad’ y ‘España y sus Ejidos’) en 2009 le dedicó además un extenso prólogo de sus Obras Completas, rodó varias películas documentales con el cineasta Nonio Parejo sobre su obra literaria y protagonizó un suplemento literario en LA VOZ DE ALMERÍA que rememoraba su regreso a la ciudad y su relación con otros artistas, como el cineasta Vicente Aranda (entrevistado por el escritor almeriense José Miguel Naveros), el novelista norteamericano Nelson Algren, la literata francesa Simone de Beauvoir –con quienes visitó la Alcazaba–, entonces pareja de Jean Paul Sartre, o su esposa Monique Lange, guionista y actriz francesa, con la que también viajó por la costa almeriense.
“Me encuentro razonablemente mal”, fueron las palabras que le escuché en la última de las intermitentes conversaciones telefónicas que manteníamos, concluyendo así la misma con ese irónico epitafio. Desde aquel día en que le conocí en su recurrente Hotel Versalles de la madrileña Plaza de Alonso Martínez y me hizo “la prueba” (un ardid que consistía en acompañarle paseando hasta un cercano puesto de periódicos), por alguna razón ya no pude desasirme de él.
Si pasabas “la prueba” (esto es, que tu conversación no fuese plomiza ni tus intenciones espúreas) quedabas unido indefectiblemente a su leyenda. Había truco: antes de acudir a aquel primer encuentro yo había leído en una revista literaria el mecanismo de “la prueba” y con más osadía que conocimiento -pensaba que Juan Goytisolo era solo un “arabista”– le hizo gracia el gracioso desparpajo de aquel almeriense que conservaba su acento y quería editar sus escritos sobre inmigración. Todo ello a raíz de los ya históricos sucesos de El Ejido que también protagonizara su antagonista, el entonces alcalde Juan Enciso, años después encarcelado por corrupción y expulsado del PP.
Logré editar el libro ‘España y sus Ejidos’, presentarlo en el Complejo Cultural Abde el-Jallak Torres de Tetuán, ciudad a la que acudí en una ranchera cargado de hijos, autoestopistas (entonces no había “bla bla car”) y escasamente ligero de equipaje. El periplo coincidió con la tradicional llegada vacacional del monarca marroquí y aunque posteriormente seguí viendo a Goytisolo en sus metódicas vacaciones tangerinas -no menos curiosas e interesantes– confieso ahora el privilegio que suponía conversar con Juan en los mismos ambientes en que él lo hizo con su admirado Mohamed Chukri.
Goytisolo también me enseñó, entre otras muchas cosas, a leer al Galdós mudéjar a través de su novela ‘Aita Tettauen’, quizás el más singular de sus ‘Episodios Nacionales’. Y allí que me fui varias veces tras los pasos de todos ellos y de la ‘generación beat’ que Paul Bowles inmortalizara y Angel Vázquez caricaturizara en ‘La vida perra de Juanita Narboni’.
Aunque abominaba de la universidad y rechazó por ello todos los doctorados “honoris causa” que le ofrecieron –en esto sí incluyó a Almería– Juan Goytisolo me llamó en otra ocasión para participar en unas ‘Jornadas sobre Juan Goytisolo’ que organizó la Junta de Andalucía y en las que inicialmente alguien me había vetado seguramente con razón. Era mi “primera ignorancia”, que diría Cervantes, y cualquiera se fiaba de lo que un imberbe de cabeza atolondrada podría decir.
Otra vez presentamos ‘España y sus Ejidos’ en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y logramos burlar las presiones y la seguridad real de la Feria del Libro de Madrid, que era quien había sufragado el viaje y reclamaba para sí y en exclusiva los derechos de pernada. Ingeniamos un sistema a través de los incipientes móviles para evitar su foto con la entonces reina Sofía, que inauguraba la feria. En cambio sí se prestó, como favor personal irrepetible, decía, a firmar ejemplares en una caseta, acto que detestaba y para el que después otros editores le obsequiaron con una cena “en un restaurante árabe”. Allí lo dejé entre bufidos, él que adoraba la tortilla de patatas y los churros, imposibles de saborear en Marruecos.
Otra vez quiso ayudarme como profesor visitante en la Universidad de Brown (EE.UU), donde el catedrático Francisco Márquez Villanueva me reclamó unos días antes de morir: mi proyecto de investigación sobre las vidas cruzadas de ambos se fue con ello al traste, como tantas otras cosas que se llevó la crisis de 2008.
En otra ocasión, visto que no levantaba cabeza y que el hundimiento de la economía española amenazaba con llevarme por delante “junto a una de sus sobrinas”, me decía, quiso hacerme secretario suyo con residencia permanente en Marraquech, cargo que por decirlo en román paladino, me acojonó. ¿Por qué esa tendencia del huraño Juan Goytisolo a transformarse con Almería y con los almerienses en una persona amable, generosa, delicada y afable? Lo ha escrito él mismo en varias ocasiones: le encantaba la dulce melodía del acento, que le recordaba a los reclutas que con él hicieron la “mili” en Mataró. Y se sorprendía y sonreía con esos giros idiomáticos y expresiones que se han perdido ya en el resto de España.
Esa fue la verdadera razón que le llevaría a La Chanca y Níjar. Y que sirvió además para persuadir al poeta José Angel Valente de que el lugar tolerante y apacible donde debía hacer reposar sus baqueteados y enfermos huesos era Almería. Juan Goytisolo maldijo aquel consejo porque semanas después estallaba el conflicto racista en El Ejido, pero creo que cambió de opinión porque finalmente el literato orensano se lo agradeció.
Vínculo
No es exagerado ni ombliguista en absoluto decir que Juan Goytisolo amaba Almería bastante más que muchos almerienses de cuna, alcurnia o devoción. Le encantaba la costa y sus playas, la montaña, el desierto, sus secarrales, la comida, el habla popular, el ritmo y el acento. La Alcazaba –en la que se fotografió–, el pescado, la comida tradicional y los churros. También el sol, el clima, sus gentes y su espontánea naturalidad y decencia, que ojalá nunca se pierda del todo. Con Juan Goytisolo no solo se muere un escritor, el más prolífico y célebre que han dado estas tierras, aunque no fuera de aquí.
También lo hace una de sus señas de identidad, parafraseando el título de uno de sus más citados libros aunque ahora nadie recuerde ese origen. Almería se merece, además de custodiar un legado documental que le ocasionó alguna vez serios dolores de cabeza, que la Casa-Museo Valente lo sea también de Juan Goytisolo o que se construya otra con entidad propia porque doy fe que posee seguidores en todo el mundo y que su pérdida se ha llorado desde Nueva York a El Cairo, Ankara, Mexico DF o Tokio. Y eso va a provocar que muchos quieran conocer cuales fueron las tierras españolas que le sirvieron de mejor fuente de inspiración en sus primeras novelas y en sus últimos suspiros.
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