Pleasantville es un pueblo imaginario en el que, como su nombre indica, todo es agradable, o por lo menos, lo que por norma se entiende que es agradable. Los que conocéis la película que lleva ese nombre sabéis de lo que hablo, y los que no, os aconsejo fervientemente que la veáis.
Todo el mundo quiere vivir en un lugar como Pleasantville, donde la temperatura siempre es agradable; donde al llegar a casa huele a comida casera, todo está limpio y ordenado y tu familia te recibe con una sonrisa; donde nadie tiene que quebrarse la cabeza intentando resolver un problema porque los imprevistos no tienen cabida; donde la incertidumbre es una quimera y donde la estabilidad preside una vida rutinaria donde el cambio queda fuera de su programa.
Imaginaos los habitantes de ese pueblo qué sanos deben estar del corazón, sin sobresaltos, sin improvistos, sin que se les ponga nunca la vida del revés. O que tranquilidad tienen que tener sus mentes, que nunca se cuestionan si están haciendo con sus vidas todo lo que podrían llegar a hacer, si van llegar a fin de mes o no, o si la persona de la que se enamoraron hace un tiempo sigue siendo la persona con la que quieren compartir los años venideros.
En Pleasantville la vida es agradable, sencilla, previsible… Nadie se pregunta qué hay más allá de sus calles porque están demasiado a gusto en lo que conocen y controlan como para asumir riesgos, y por eso, la vida es de un armónico blanco y negro, dónde todo encaja y dónde nadie desentona. Hasta que llega alguien que amenaza esa supuesta paz monocromática, sembrando la semilla de la rebeldía, la de la curiosidad, la del inconformismo, la del conocimiento…
Alguien que no quiere seguir leyendo y escuchando las mismas historias, alguien que te pregunta por primera vez “¿qué sueñas con hacer en tu vida?” encendiendo una mecha que nunca más deberías apagar; alguien que te recuerda que el mundo no acaba en los límites de esa vida que has construido, sino que hay mucho, muchísimo, más allá. Y entonces siembra la duda… ¿Agradable y feliz es lo mismo? ¿Comodidad y felicidad, son lo mismo? ¿Es posible que la incomodidad, la incertidumbre y la vulnerabilidad me acerquen más a tener una vida plena? ¿Qué es una vida plena?
Os diré una cosa, el cerebro humano, de base, no soporta la incertidumbre y se siente increíblemente cómodo en la rutina y en lo conocido. Y os diré otra, el cerebro humano, es increíblemente plástico y capaz de aprender, de superarse y adaptarse de una forma que no podemos llegar a imaginar. Así que quedarse en lo conocido, en lo controlable, es agradable para nosotros, pero desafiarnos y explorar nuestros límites, nos permite crecer, mejorar y avanzar.
El caso es que, una vez que se siembra esa semilla que hace reflexionar a algunos habitantes de Pleasantville sobre el mundo que hay más allá de sus costumbres, la monocromaticidad empieza a destruirse y aterrizan en su vida los colores. Deslumbrantes. Intensos. Vibrantes.
Las mujeres empiezan a darse de cuenta de que por muy bien que se les de limpiar la casa y cocinar para su familia, pueden permitirse escucharse a sí mismas para ver que desean, desarrollar todo su potencial y alzar su voz.
Los adolescentes comienzan a comprender que pueden formar ellos mismos sus propias opiniones, que a veces serán contrarias a las que han mamado desde pequeños, pero que leer, informarse, reflexionar y conocer, les ayudará a definir qué opinan, cómo se sienten y qué quieren hacer al respecto.
La sexualidad deja de depender de la pareja y de la postura del misionero, y las relaciones sexuales dejan de ser exclusivamente para procrear y dejan de darse por finalizadas con la eyaculación del hombre. Ahora las personas comienzan a explorar sus propios cuerpos, sus placeres, fantasías y deseos, y se liberan.
Los trabajadores que realizaban su trabajo desde la inercia siguiendo siempre los mismos pasos, comienzan a ser creativos, a buscar nuevas formas de expresarse y nuevos modos de llevar a cabo sus inquietudes.
Expresar sus emociones
La gente comienza a expresar sus emociones, a enfadarse cuando lo necesitan, a llorar desconsoladamente cuando, efectivamente, no encuentran consuelo, a reír a carcajadas cuando no pueden contenerse, a amar desenfrenadamente, a sentir miedo, a sentir libertad…
Y en medio de toda esta explosión de vida, unos cuantos se siguen aferrando a lo agradable, porque el color les molesta y le ciega, porque el cambio y la incertidumbre les perturba, porque la falta de control les supone una amenaza.
Todos nos creemos que queremos vivir en Pleasantville, donde todo es agradable, donde todo es en blanco y negro, pero solo cuando al rendirnos, comprendemos y aceptamos, que en nuestra humanidad estamos programados para la adaptación y que en nuestra naturaleza, está la necesidad del cambio, nos dejamos llevar y, entonces sí, nuestra vida se llena, entera, de arriba abajo, de colores. Deslumbrantes. Intensos. Vibrantes.
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