La Facultad de Poesía José Ángel Valente comienza su tercera apuesta anual por la poesía con mayúsculas de la mano de la profesora Isabel Giménez Caro y del escritor Raúl Quinto. Ambos inauguraban este ciclo con lo mejor de la poesía, de la mano de una artista muy especial: Angelica Liddell (Figueras,1966).
Su carta de presentación la define como la palabra hecha carne, como desgarro de animal totémico, con todo lo que ello tiene de pringoso y de luminoso, como la intención expresa de mancharnos de vida.
Aparece ella, Angelica Liddell, con ese apellido artístico que resulta ser el de la Alicia en la que se inspiró Lewis Carroll para su maravilloso país. Ya sé que me va a gustar.
Trilogía del infinito
Y comienza, casi susurrando, con una de las partes de su obra La trilogía del infinito. Antes de iniciar la lectura nos sitúa en la obra. La cubierta es negra porque nace de una profunda convicción de una maldición que cae sobre mi cabeza. Porque este libro es la expresión de lo que sintió tras los atentados de la sala Bataclan en noviembre de 2015 en París cuando, al mismo tiempo que sucedía la tragedia, ella estaba actuando muy cerca en el teatro Odeón con su obra: La primera carta de san Pablo a los corintios. Nos dice con pocas palabras, reconoce que no se expresa bien en lenguaje coloquial, cómo sintió aquella noche la conexión entre la obra que estaba representando, una especie de aquelarre, y aquel horror real a pocos metros. Me pareció que yo había provocado esos atentados. Entonces caí en un abismo de negrura, de cuyo resultado expresivo es este libro. Y el escucharla por primera vez y en directo es toda una experiencia mística. Inolvidable. A partir de que Angélica doble la cabeza y caiga por el agujero del árbol de su mundo, desaparece la mujer menuda que se sentó en la mesa hace apenas un minuto y sale el dragón que nos hiere con toda su fuerza a través de sus palabras cortantes. Caemos con ella en el trance de la belleza del horror con su primer poema.
Primera parte. Dio cane (Dios perro)
¿Dónde está el animal muerto que pedí? Os dije que hacía falta algo de materia muerta, ya sin alma… En el examen de la carne muerta reside el verdadero análisis de la vida. Deberíamos de cultivar alguna granja de cadáveres... las moscas de la carne, el cuerpo se hincha, los fluidos escapan rompiendo la piel… Sufrir la humillación que nos infligen nuestros agujeros, los huevos de las moscas se abren... El hedor servirá de detective a los versos, haciendo del detrito nuestro harem. ¿Dónde está el animal muerto que os pedí?...Ningún gesto es hermoso sin sufrimiento… Todo comienza a partir de que el corazón deja de latir… Con todo lujo de detalles, con un vocabulario y estructura formal trabajadísimos, nos relata desde dentro cómo matan a los animales en los mataderos; el proceso por el cual pasan de ser a carne despiezada, situándonos desnudos ante la banalidad de nuestra sociedad, desposeía de ritos, caníbal, asesina hasta la saciedad, inmune al sufrimiento, todo en aras de la industria de la alimentación.
¿Qué haremos cuando la belleza ya no pueda sostener nuestra vida, nuestro dolor? ¿No merecía alguno de estos animales un rito solemne? Hay algo regio en una cabeza separada del cuerpo, sublime. En una cabeza que rueda, se encuentra la única mirada hacia el infinito. Epílogo rutilante de esta mentira que es la vida. Os perdono simplemente porque sé que Dios os va a castigar y esa es la razón de que no os dispare. La ira de Dios es justa, porque con cada uno de vosotros nació la contaminación... Es justo que Dios abandone a todos sus hijos.
Silencio de ultratumba en la sala. ¿Habremos muerto?
Segunda parte
Nos advierte que este segundo poema del mismo libro negro es más duro que el primero aunque no tenga ni sangre ni mierda.
Aquí estoy, esta pobre solitaria infeliz, cumpliendo con el deber del sufrimiento negro al negro ni al negro. La ira como única defensa frente a las hostilidades del mundo, la violencia... Aquí estoy, vacía ya la copa de las ilusiones, agotada de buscar palabras diferentes para definir la misma cosa. Pues muero con el corazón puro y temible. Nada soy, un corazón diezmado, tanto mejor cuanto más apartado...Si hubiese sido afortunada en las pasiones tal vez no hubiese escrito un solo verso. Es una muerta la que habla enterrada en el cadáver de mi juventud. Porque ya no soy un hombre de los bosques, sino una vieja cansada incluso de mis propias fuerzas. Soy la casta demente, la santa, pues efectivamente Dios está allí donde no hay nada.
Después de preguntas de admiradores fieles, el salón abarrotado de gente comienza a hacer cola para las firmas. Salgo aturdida a la calle, me falta el aire. Por un momento he visto lo que somos y me ha asustado y deleitado a partes iguales. Genial, Angélica Liddell. Y no sé si desearte lo peor, de lo que haces universos de encaje negro.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/5/vivir/147498/la-belleza-del-sufrimiento