Desde pequeña siempre tuve ganas de entrar. Supongo que ya debía de tener querencia a la arquitectura y los cuentos. Porque allí debía de vivir un hada o una bruja, allí debía de pasar algo fantástico. Es lo que me susurraba aquel tejado de bosque sin árboles. Es lo que me sugería desde que tengo uso de razón la casita de chocolate que quedaba medio escondida al final del Paseo. Eso era para mí hasta ayer lo que hoy es el Museo de Arte Doña Pakyta de la Plaza Circular o Plaza Emilio Pérez.
Y fui relegando este paseo hasta tener noticias de que quien me fuese a recibir fuese tan emocionante como la idea que acuñé durante décadas. No quería decepcionar a la niña que me acompaña a todos los museos, mi Alicia del País de las Maravillas. Y llegó el momento. Tuve noticias de que habían llegado a la ciudad siete mujeres retratadas por siete maestros del siglo XIX y XX que no nos podían dejar indiferentes. Crucé entonces la verja de mi infancia.
Se trata de la primera de las ‘microexposiciones’ de la pinacoteca. Una iniciativa producida por la Fundación de Arte Ibáñez Cosentino, enmarcada dentro de la programación del ‘Invierno Cultural’ municipal.
Las encontré a todas en el recibidor de la planta alta, justo al subir la escalera. Dos de estos retratos femeninos pertenecen a la escuela francesa de la Época Romántica, datados en el último tercio del siglo XIX y las otras cinco quedan inmortalizadas por maestros españoles, pertenecientes a las corrientes pictóricas desarrolladas en el primer tercio del siglo XX.
La pose decimonónica
Empiezo por las más lejanas a mí, por deferencia a la edad. Me presento y ellas me saludan algo de soslayo. Un poco estiradas, le digo a mi Alicia entre dientes. Es que llevan corsé, me contesta ella. Será por eso. Son: Retrato de dama, de Claude Eduard Lambert (1810-1870), a la que decidimos llamar la chica triste y el Retrato de doña Ifigenia Velasco (1869) de L. Fellot, algo más viva. Ambas vestidas para ser vistas y, más que moverse, trasladarse hasta la siguiente silla. Como mucho, podemos escuchar el abanico de doña Ifigenia.
Siglo XX: mujer en movimiento
Después llegan ellas, las chicas en movimiento, las del siglo XX, las del amor disfrutado, el sexo compartido, el trabajo remunerado, el libro abierto sin límites. Estas son las nuestras, ¿no? Calla, niña, aquí la moderna soy yo, aunque te conserves muy bien, tú fuiste escrita en el XIX.
Mirada seductora de Juan José Villegas Cordero (Sevilla, 1844-1921) es una belleza. Es la más grande y la que te recibe al subir las escaleras. Ya no hay corsé, se nota en la postura. Está arreglada con un traje sobrio pero muy elegante y guantes largos para ir a la ópera. Mientras se agacha a comprobar el cierre de sus zapatos nuevos de charol, lo mira. A su espalda cae la tarde sevillana. Entonces le dice: ¿Qué tal un baile privado antes de la otra música? Todavía es temprano.
Cándida de Ignacio Zuloaga (Guipúzcoa ,1870-1945). Conociendo al autor, Cándida viene de los toros. Carcajadas de auténtica algarabía; mantilla española adornada para la feria, pese al fondo oscuro característico del autor. Me encanta que tenga nombre y que disfrute. (Aunque viniese de un entierro)
Una mujer de blanco de Joaquín Sorolla (Valencia 1863-1923). Esta mujer no tiene nombre en el cuadro. Es un primer plano de una joven morena, pensando en algo que le estimula en su recuerdo, donde sobresale su expresión ensimismada sobre su camisa blanca, vestida como tantas mujeres del maestro, dejando un sensual hombro al descubierto. El rubor de su rostro sugiere que vuelve de alguna de esas playas o jardines coloristas de su creador, de vivir algo maravilloso bajo el sol mediterráneo. Descansa satisfecha.
Retrato de Elena de Ramón Casas i Carbó Barcelona (1866-1932). Este título se lo he puesto yo. Esta Ella se llama Retrato femenino. Es el único retrato a lápiz sobre papel frente al resto de óleos. Se convierte en mi favorita al instante. Me encanta su mirada, el nervio del trazo de su camisa. Elena, así imaginé yo a una de mis heroínas de novela, nos observa a nosotros. Vuelve del trabajo, quizá en bicicleta, con el pelo alborotado bajo un sombrero azul. Se para por un instante e interroga con mirada inteligente a uno de los primeros publicistas del movimiento modernista catalán de Els Quatre Gats.
Señora Moderna de Cecilio Pla y Gallardo (Valencia, 1860-1934) es una mujer madura de la alta sociedad, vestida ricamente a la moda de los locos años 20 del siglo XX. Sus ojos son profundos, sonríen desde dentro. Tiene mucho poder. Su pelo a lo garçonne les indica a las otras que algo ha cambiado definitivamente, que ya no debe de haber vuelta atrás.
Bajo las preciosas escaleras de madera, dignas de esta insigne casona vasca, mientras me deleito con las fotos antiguas de Almería que hay a cada peldaño. Me despido de doña Pakyta, inmortalizada en el hall de su morada de cuento y le decimos las dos, Alicia y yo, cogidas de la mano: Gracias, señora. Nos ha encantado su casa y sus invitadas. Volveremos.
Microexposición ‘Retratos de mujer'. Hasta el 22 de abril en el Museo doña Pakyta, Plaza Eduardo Pérez. Entrada libre.
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