Me sitúo en 2003-2004, allá cuando los que nos considerábamos el núcleo duro de los amigos de Rafael –Curro, Ginés, Ramón, Javier y yo mismo– nos veíamos semanalmente en una taberna de la calle Granada (Javier: “Aquí estamos sentados junto al Sena”); esos buenos ratos daban para consolidar una amistad, reconocer la calidad humana de Rafael e intercambiar propósitos y buenas intenciones de cara al futuro en el que deseábamos intervenir.
De allí surgió la idea del tórculo. Fueron varias decenas de participantes en una iniciativa surgida por amor al arte y como obra de amistad. Unos ya conocían a Rafael y la calidad y originalidad de su arte; otros confiaron en nuestras recomendaciones, y entre todos contribuimos a que Rafael dispusiera de una excelente máquina para la estampación: un tórculo, ingenio secular para la reproducción seriada de obra gráfica de 120 x 80 cm., fabricado por una familia gremial, artesanos Azañon, Marciel, Esther. De lo mejor del mercado.
Y Rafael, cuya dignidad personal iba aparejada de sus aciertos artísticos, correspondió a los participantes con tres obras, tres excelentes grabados, que estos días se pueden ver en la Sala del Tórculo de la Biblioteca Villaespesa: dos aguafuertes y un linóleo. De los aguafuertes, el de mayor tamaño es La visita del obispo, una representación con fuerte componente literario, existencial: es un paisaje de almas huidizas habitado por la soledad que evoca la Comala de Juan Rulfo en Pedro Páramo. El aguafuerte pequeño responde a una concepto interiorista y psicológico de figuras que surgen de la ensoñación. El linóleo, Homenaje a mi perro, es una síntesis imposible de conocimientos, una suerte de pancronía histórica: el rostro homérico –casi Ulises–, las torres almenadas de la infancia, la música, la bañista sorprendida, la pajarita, el niño y el perro. Un friso perfecto en el que la limpia incisión de la gubia sobre el linóleo dejará exentas y diáfanas las zonas altas de la matriz. Un friso perfecto, una síntesis.
Pero el tiempo sobrevenido, que puede más que el arte, la voluntad y las buenas intenciones, se llevó a Rafael un 6 de enero de 2017. Y aquí quedaron su tórculo y su perra Tinta acompañada ésta por la lealtad cotidiana de Cristina, su compañera.
¿Y el tórculo, qué destino tendría? Aquellos amigos de los años pasados no toleraban que la matriz de tantos excelentes grabados permaneciera inerte y estéril porque, además, a Rafael no le hubiese agradado. Y puestos en contacto con su familia, se les propuso su donación a una institución pública para que estuviera a disposición de cuantos lo solicitasen y siguiera creando la belleza, ojalá que tocada por la misma gracia de Rafael. La familia aceptó y desde el día 15 de junio de 2017, el tórculo recupera el recuerdo del artista Rafael Gadea y se ofrece para un porvenir a manos llenas en la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Villaespesa de Almería. Y quienes lo quisimos podemos repetir, en voz baja, los versos de la elegía clásica: “Aunque la vida perdió, / dejonos harto consuelo / su memoria”.
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