Nosotros, refugiados

Cerrar fronteras es lo más insolidario que una sociedad puede hacer

El Stanbrook partió de Alicante al final de la Guerra Civil con, al menos, 2.638 pasajeros.
El Stanbrook partió de Alicante al final de la Guerra Civil con, al menos, 2.638 pasajeros. La Voz
Juanfra Colomina
11:38 • 25 jun. 2018

La memoria es como un cristal: puedes ver a través de ella pero su fragilidad hace que haya que tratarla con cuidado. En estos días en los que ha salido al debate nacional el drama de los refugiados uno no puede sino lamentarse de los comentarios xenófobos que se pueden leer y oír en una parte pequeña, pero significativa, de la sociedad española. Que no hayamos aprendido nada, o muy poco, de los dramas migratorios del siglo XX nos señala esa fragilidad cristalina de la memoria.




Nuestra sociedad actual está marcada indudablemente por el convulso siglo XX: pasamos de ser país colonizador a tener que huir hacia otros para salvaguardar la integridad física y moral ante la represión económica, social y física que se instaló en la España de los primeros años del franquismo. Nosotros también fuimos refugiados; refugiados en Francia, Argelia, URSS, Bélgica, México, Argentina, Cuba, EEUU, etc. La generación, aun latente, que vivió la guerra y el exilio nos mantiene viva la llama de aquel recuerdo. Hay quien defiende que hay que pasar página, que mirar al pasado solo reabre heridas, que aquello que pasó hace 80 años no volverá a pasar. Nada más lejos de la realidad. La historia no es cíclica ni se repite pero sí replica comportamientos del pasado. Uno de esos hechos es el drama de los refugiados.




Francia, tierra de refugio y alambradas
Miles de españoles tuvieron que huir a Francia y a sus colonias al finalizar la guerra española. Al igual que hoy, en 1939 el movimiento migratorio de los refugiados que cruzaron fronteras en avalancha, buscando seguridad y huyendo de una guerra tuvo como fin el encierro en campos de concentración, con familias separadas y con una hostilidad manifiesta por parte de las autoridades políticas, deseosos de quitarse de encima a esa “masa de piojosos invasores”. Los padecimientos sufridos por aquellos no diferían de los actuales: marchaban a otra tierra con la esperanza, pasajera o perpetua, de establecerse de una forma digna mientras la situación de su país mejoraba política, social y económicamente antes de pensar en volver a sus hogares. ¿Quién huye de su país y recorre miles de kilómetros, con un peligro certero de morir en el intento, sino es porque es insostenible la vida en origen? 1939 y 2018 nunca han estado más cerca que con el drama de los refugiados. El campo de Moria, en Grecia, no está muy lejos de los campos alambrados de Argélès, Saint-Cyprien o Barcarès. Aquel encierro marcó a hombres y mujeres por el resto de sus vidas, que sintieron que estaban en tierra enemiga, hostil, muy lejos de que la imagen de solidaridad que desprendía Europa, que desprende Europa.




“Aquarius” mexicanos
También los españoles se echaron al mar para sobrevivir: en Alicante cogieron un barco in extremis que los dirigió a Argelia. Allí no se les dejó desembarcar y centenares de hombres, mujeres y niños permanecieron hacinados en el puerto de Mazalkivir, cerca de Orán. ¿Nos suena esta historia? Desde Adra salieron flotillas con decenas de militantes del PCE, desde Girona partieron barcazas hacia el Rosellón francés y, sobre todo, los buques de la esperanza: los barcos que llevaron a más de 20.000 exiliados desde Francia hasta México entre 1939 y 1942: el Ipanema, el Méxique o el Guinea. En aquellos barcos, alguno sufragado por Pablo Neruda, trasladó la miseria de los campos a la esperanza de una nueva vida. Nunca España le agradecerá lo suficiente a México por la acogida.




No caben en estas líneas todos y cada uno de los lugares a los que los refugiados españoles huyeron en busca de una oportunidad para sobrevivir. Entre ellos hubo muchos almerienses, como María Amate, José Brocca, Rita Gallardo, Baltasar Mena o María Pérez Enciso y un largo etcétera. Si algo nos enseña la memoria y la historia es que hay acontecimientos que jamás deberían volver a darse, menos aún con los medios de los que disponemos. Cerrar fronteras es lo más insolidario que una sociedad puede hacer.



¿Qué hubiera pasado si a nuestros abuelos les hubieran cerrado el paso y la oportunidad de rehacer sus vidas? No hagamos contra nadie aquello que no nos hubiera gustado que hicieran con nosotros, porque también fuimos refugiados.





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