Y la plaza del Museo luce hoy miércoles especialmente viva, llena de niños, de grupos variopintos de todas las edades. Ya llega ella, menuda, ropa fuera de época. Es Celia Viñas. Y casi toda la gente congregada se arremolina en torno a su persona. Cuento cuarenta niños de entre meses y ocho años, junto con un nutrido montante de adultos, que en total sumaremos el centenar: Una tribu en toda regla. La señorita Celia, encarnada por la actriz Maite Segura, es capaz de hacerse escuchar y el grupo le siga hasta el hall donde empieza su explicación. Nos promete un viaje en el tiempo.
Recursos del Museo
Sabemos que el Museo Arqueológico de Almería es uno de los más punteros en recursos. Se pone manifiesto cuando la señorita Celia tira de los que cuelgan del techo para hablar a niños tan pequeños y atentos de lo que es la Arqueología, de quién era Luis Siret y de algunos de sus hallazgos reproducidos en esas fotos voladoras. El precioso reloj de imágenes o la escenificación de un gran estrato de un yacimiento, acompañan el tiro de la escalera, y sirven para que el tío loco de Celia que se cree arqueólogo, encarnado por el actor Jesús Herrera, consiga hacer las delicias de pequeños y grandes. Los niños, en contra de lo que se pueda pensar, están expectantes, callados y algunos levantan la mano esperando que se le dé la palabra como en clase. Ya estamos todos enganchados a este nuevo universo y subimos a la primera planta demandando más diversión.
La tribu del 21
Y en las salas de la planta primera, se sigue reproduciendo la magia. La señorita Celia nos explica cómo se organizaban las primeras sociedades del Neolítico, de la Edad de Bronce hace 7000 años y nos lleva a ese viaje en el tiempo donde los visitantes participan. Cuenta, con un discurso bien estructurado a qué se dedicaban las mujeres, encargadas de realizar las vasijas de barro, del cuidado de los niños, de la elaboración de las ropas o de la transformación de la comida. Les da protagonismo a los niños de del Neolítico y hacen corro con los de la tribu que hoy los visitan, los del siglo XXI.
De los inventos, como el torno alfarero o la rueda y de cómo los pequeños de entonces dedicaban su día a día a contribuir de manera eficiente haciendo herramientas, puntas de flecha con sílex, o ayudando con el ganado o la recolección del grano, cuando las sociedades de las que hablamos ya eran asentamientos y donde los trabajos se organizaban para beneficio y subsistencia de toda la comunidad.
Su discurso rezuma respeto a la tribu primitiva que sonríe a la del XXI, hasta el punto de conseguir la carcajada cuando Celia Viñas disfraza a los adultos más dicharacheros con pelucas y pieles para explicar los oficios, mientras me siguen maravillando los pequeños que están más en silencio que muchos mayores.
Los Millares
Después llegarán las pinturas rupestres que ilustran la vida y el arte, y que tenían la doble función de organizar un día de caza y decorar de las paredes de las cuevas. Llegamos a la hermosa maqueta de Los Millares que preside la planta noble del Museo. Aparecerá otra vez el tío arqueólogo loco que toma la palabra después de revolcarse por el suelo y que explica a todos los presenten por qué aquellos personajes tan lejanos que son nuestros antepasados, ahora de la Edad del Bronce (sobre 3000 a. c.) eligieron la meseta sobre la que nacieron Los Millares.
Cuesta pensar en lo frondosa que debía ser nuestra tierra, visualizamos las dos corrientes de agua que se juntaban a los pies de su poblado, la Rambla de Huéchar y el río Andarax, ambos con pesca de la que vivir, con corrientes cristalinas de las que beber, exentas de contaminación. Un paraíso en alto, con unas vistas privilegiadas, que les permitía avistar al posible visitante que osase a perturbar la paz de la comunidad tras sus murallas.
Esperanza
Y me marcho de puntillas dejando a las dos tribus conversando. Seguro que por la mente de los vivos pasa el mismo sentimiento que me llevo colgado del alma siempre que viajo a esta etapa en el Museo Arqueológico: Nostalgia. Se echa de menos un mundo mucho más cándido y salvaje donde no existía la contaminación ni las prisas; donde los niños vivían al aire libre ayudando a sus familias y se les aportaban los conocimientos que les eran precisos para ser y estar.
Después vendría la sofisticación de esas mismas sociedades, cimentadas en la codicia de desear por la fuerza lo que el poblado cercano poseyera. Los países, las fronteras… Y eso traería las guerras, las clases sociales, las hambrunas, la esclavitud, la discriminación de género, de raza o de religión. Lo bueno, perdido sin remisión ni intención de intentar recuperarlo como tribu única. Lo malo pervive desde entonces con un estado de salud excelente. Pero también me llevo la sonrisa de los niños, su silencio y el humor de la señorita Celia y su tío el arqueólogo loco como esperanza para el futuro. La partida de la vida no ha terminado, siempre hubo etapas oscuras. Pero que enciendan la luz, por favor.
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