Cuando depositas muchas expectativas en algo hay muchas probabilidades de que el premio sea la decepción, y con ese temor acudí el pasado sábado al concierto de Morgan. Los descubrí en esa infame franja horaria que las televisiones dedican a la cultura, la madrugada, y percibí a una banda joven sonando como si tuviesen más carretera que los Stones.
Definir su música es sencillo: buen rock. ¿Queréis más? no les faltan toques soul, gotas de rhythm'n blues, aromas a gospel, potencia del funk y aires de ‘americana’. Algo así como si Janis Joplin hubiese resucitado y convencido a Wilco para girar con ella.
Su colocación en el escenario decía mucho: al fondo la batería, ante ella bajista y guitarrista y, presidiendo ambos flancos del escenario, teclados y piano. Solo ocuparon el centro para comenzar con la dulce Honey a guitarra y tres voces con armonías a lo Crosby, Stills and Nash rotas por unos atronadores toms que nos metían de sopetón en su universo sonoro con la espeluznante Cold. Ahí comprendí que estaba ante uno de los mejores directos que podemos contemplar en este país. Su sonido es cristalino, con arreglos tan trabajados que parecen naturales, donde cada instrumento sabe donde debe estar y cuando es su momento para destacar. No se discute cierto liderazgo de Carolina de Juan, su voz rota te atrapa y sus composiciones te enamoran, pero el resto no están para respaldar a su cantante sino para defender sus canciones. Es algo que se suele olvidar y que, para mí, es la base de la música bien hecha.
Dividieron el set en dos partes y en la primera, presidida por su logo sobre fondo oscuro, caminaron por su disco debut, North, con canciones como la sensible Goodbye o la solemne Work. La emoción en estado puro llegó con Volver, de los pocos en castellano, erizándonos la piel y, sin tiempo para recuperarnos, continuaron con Home, tan desgarrador que podría haber sido compuesto por Lucinda Williams y no desentonar en Car wheels on a gravel road.
Uno de sus temas más funk y divertidos, Thank You, ya nos ofreció un solo de piano eléctrico entre bluesero y ‘supertraniano’ de David Schulthess, que me dejó claro por qué Quique González confía en sus habilidades. Lo remató Paco López marcándose uno de sus improvisaciones de guitarra más efectivas de la noche.
Unknow Legend, del maestro Neil Young - "con mucho cariño y respeto", advertía Nina -, estableció el ecuador, tras el que se descubrió un fondo blanco en referencia a la nívea portada del que, hasta ahora, es su último disco: Air.
La pinkfloydiana Planet Earth volvió a sobrecogernos por su lírica y la intensidad creciente de su música. Continuaron con Blue eyes, con momentos donde la batería mandaba, siguiendo con dos de sus temas más optimistas, Flying Peacefully y Oh oh.
Guardaron para ese momento otro disparo al corazón, Sargento de hierro, a mi entender uno de los temas más conmovedores de la historia de nuestro rock. Con The Child volamos peligrosamente hacia el desenlace, que cerraron con otro grande, Another Road (Gettin' Ready), que describe las vivencias de su larga gira. Rescatando un ‘philadelphia sound’ que hasta Coque Malla está recuperando – y que yo degusto con placer – sonaron sintetizadores emulando cuerdas, clavicordio eléctrico, punzantes guitarras, una sección rítmica – con Ekain Elorza en la batería y Alejandro Ovejero al bajo - dándolo todo y una feliz Nina bailando en el centro del escenario.
Sospechaba que el bis no podía ser otro que Marry You. Nuevamente acústica y voz sin micros, ante un respetuoso silencio sepulcral. Nadie quería perder un solo quejido salido de esa desgarrada garganta. La explosión final hizo que emocionante sea una palabra que me queda algo corta para expresar lo sucedido.
Tras una agotadora gira doble, Morgan se retiran a sus cuarteles de invierno con la intención de construir su tercera obra. Esperaré como agua de mayo ese disco, porque de la continuidad de bandas como esta depende que la música siga siendo algo sincero y apasionante.
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