Etty Hillesum no practicaba la religión judía. Etty estudió en Ámsterdam Derecho. Vivía en una casa de huéspedes, de cuyo propietario, Han Wegerif, fue amante. El diario comienza cuando, sumergida en una profunda crisis vital, conoce al psicoterapeuta Spier, judío también, huido de Alemania, discípulo de Jung, será su terapeuta, le ofrecerá trabajo como secretaria, llegarán a ser amantes, pero sobre todo, será su guía espiritual en un proceso que Etty deberá culminar sola, en parte debido a la muerte de Spier por cáncer y, en parte, por la índole del propio proceso.
Cuando arreciaron las medidas nazis contra los judíos holandeses, Etty en ningún momento pretende huir del destino de masa.
El diario –transparente, riguroso, bellísimo- avanza desde un estado de profundo decaimiento, a través de una inmersión en la profundidad esencial del alma, con sus momentos de iluminación y oscuridades recurrentes, hasta que experimenta la presencia de Dios en el alma de modo casi permanente. Es Etty Hillesum una mística, sin duda. Muy original. No se basa en presupuestos dogmáticos de religión alguna.
Para salir del caos, le va a ayudar la terapia emprendida con Spier, la cual desde los inicios discurre paralela a una compleja relación amorosa.
Amor
Admira al hombre maduro, sereno y a la vez lo encuentra viejo. Vive las contradicciones del enamoramiento, sin eludirlas, precipitándose en ellas. Anhela amar a un solo hombre y para siempre. Anhela entregarse a un amor absoluto, aunque elevar el amor al absoluto impide vivir la vida como es, y simultáneamente teme perderse, diluirse en él. Los análisis de la naturaleza femenina son sinceros, no convencionales. Por ejemplo, aunque ama cada vez más a S., no interrumpe su relación con Han.
“¿Es decadente?”, se pregunta. “Para mí es perfectamente normal. Puede que porque el amor físico no es –o no lo es más- lo esencial para mí. Es otro amor más vasto”. Padece celos pero llega un momento que transciende el deseo de posesión física del amado. “La idea de perderme en otro ser ha desaparecido de mi vida, no queda probablemente más que el deseo de “darme” a Dios, o a un poema”.
¿Qué representa la literatura, la escritura para Etty Hillesum? Afirma que le sirve para vencer su caos, para no perderse. Pero, además del diario, toma apuntes de cuantas personas conoce. Quiere salvar, al consignarlas por escrito, las vidas de tantos seres que, cada vez más, van muriendo víctimas de la violencia nazi. “Será necesario que haya algunos supervivientes para que hagan de cronistas de esta época. Me gustaría ser, modestamente, uno de ellos”. Y, en el campo de Westerwork, quiere ser la escritora que lo recree para transmitir aquella vida a todos los hombres. “Yo quisiera ser “el corazón pensante” de todo un campo de concentración”. Todavía no se siente madura para emprender tal trabajo. Y espera llegar algún día a ser digna de él. Odia el exceso de palabras. Murió antes de escribir la gran obra a la que aspiraba.
La literatura le produce exaltación pues le comunica con una dimensión creativa que va más allá de los límites de la individualidad. El trabajo literario le exige, como la oración, replegarse en sí misma y esta necesidad entra en contradicción con la entrega a los demás.
Según van imponiéndose las medidas antijudías, Etty se ve forzada a encarar su propia realidad como judía, el nazismo y el destino del pueblo judío: la destrucción total. Su respuesta a estos acontecimientos históricos es completamente personal y, por tanto, libre, aunque no siempre se atreve a expresarla verbalmente ante los conocidos. Ante todo no se oculta ninguno de los males que les esperan tanto a ella individualmente como a todos los judíos. Y encuentra que el mal reside en primer lugar en el interior de cada uno, lo cual no es un obstáculo para analizar el nazismo como una estructura terrible.
Pero llega a la conclusión de que no debe odiar a ningún hombre individual, e incluso llega más allá, debe amar hasta aquellos que le hacen mal. “Tenemos tanto que cambiar en nosotros mismos que no nos deberíamos preocupar en odiar a los que llamamos nuestros enemigos. Y si nosotros lo decimos, nosotros, se podrá creer que es posible, ¿espero?”. Es capaz, en un momento histórico tan cruel y siendo plenamente consciente de él, de afirmar: “Soy una mujer feliz y canto las alabanzas de esta vida, sí habéis leído bien, en el año de gracia de 1942, el enésimo de la guerra”. “La vida es una totalidad y hay que vivirla plenamente”. “La vida y la muerte, el sufrimiento y la alegría, todo, todo está en mí y forma un conjunto poderoso, lo acepto como una totalidad indivisible y comienzo a comprender cada vez mejor -para mi propio uso, sin explicarlo todavía a los otros– la lógica de esta totalidad”.
Su camino, ante los hechos históricos, no es luchar adscribiéndose a un movimiento político determinado, si bien sus inclinaciones son socialdemócratas. Su camino es el de la comprensión de la historia y el del amor. Reconoce que hay otros, pero el suyo es un camino interior.
El papel de Dios
¿Y Dios? No es el responsable. Somos los hombres los responsables del mal que obramos. Dios también es una concepción original, reside en el interior de uno mismo y Lo encuentra en la meditación. Etty es sobre todo es una personalidad mística. Dios no es para ella un concepto teológico.
Es una presencia en el alma. Tampoco es claro si se trata de un Ser Transcendente. Es lo más profundo del alma. Y se Lo encuentra en el recogimiento, en la oración. “Cuando rezo, no rezo nunca por mí, siempre por los demás o bien entablo un diálogo extravagante, infantil o terriblemente grave con lo que hay de más profundo en mí, y que para mayor comodidad llamo Dios”. Esa comunicación constante con Dios le proporciona paz y un sentimiento de plenitud. “Todo me es conocido. Ninguna nueva información me angustia ya. De una manera o de otra, lo sé todo. Y, sin embargo, encuentro esta vida bella y rica de sentido. En cada instante”.
Cada vez más ese diálogo con Dios le abre al amor hacia los demás. En Westework trabajó infatigable ayudando a cuantos podía y, según testimonios de algunos supervivientes, era un ser sereno y radiante. “He roto mi cuerpo como el pan y lo he repartido entre los hombres”.
En el campo siguió escribiendo sus diarios, que se perdieron en Auschwitz, además de las cartas. La última frase conservada en el diario expresa la donación total de su ser, su amor a los que sufren:
“Quisiera ser un bálsamo vertido sobre tantas llagas”.
Fue deportada a Auschwitz con sus padres y su hermano Misha, gran pianista, el 7 de septiembre de 1943, donde perecieron todos, también el otro hermano médico. Etty murió el 30 de noviembre de 1943. Tenía tan solo 29 años.
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