De entre las variables climáticas que desde tiempo inmemorial han llamado nuestra atención, el viento es un tema recurrente y conflictivo. Es recurrente por la importancia que tiene en nuestras vidas y actividades. Es conflictivo por su naturaleza sutil, y por la confusión que existe entre los distintos mecanismos que generan el movimiento del aire. También por el intento frecuente de definir un viento por los efectos locales y hasta personales que produce. Tampoco contribuye a una mayor claridad el empleo de términos locales para denominar los diferentes movimientos de aire.
En fin, todo un temazo, que, como imaginarán mis amables lectores, no es abordable en profundidad en esta humilde serie de Virado a Jibia. Pero a los geógrafos se nos supone una cierta capacidad de síntesis para narrar procesos complejos. Vamos a ello.
Sotavento
Almería es, entre otras muchas cosas, un sotavento mediterráneo. Afirmación de tal calibre precisa ciertas aclaraciones. La disposición de las montañas y sierras en el sur de la península Ibérica nos permite establecer una distinción entre las sierras húmedas, situadas en la zona occidental (sierras de Grazalema, Alcornocales, Ronda, Tejeda...) y las secas, situadas todas ellas en la zona oriental (que coincide sensiblemente con la provincia de Almería). Esta distribución, que queda claramente señalada por el hecho de que el máximo pluviométrico de la península esté en la sierra de Grazalema (Cádiz), y el mínimo en la de Cabo de Gata, obedece al predominio de situaciones del oeste en nuestras latitudes. Las masas de aire húmedo procedentes del Atlántico interactúan con los relieves, que aceleran la precipitación en las laderas de barlovento (las que reciben directamente esa masa de aire), mientras que la reducen drásticamente en las de sotavento (las que le dan la espalda). Es lo que se conoce como mecanismo o efecto föehn. Esta denominación de origen alemán (föehn significa secador de pelo) se aplicó originalmente para explicar las diferencias climáticas que se observaban en la región de los Alpes suizos, según las orientaciones de ladera.
Mediterráneo
Ya sabemos en qué sentido podemos afirmar que somos un sotavento, lo que, además, explica nuestra aridez estructural. Falta explicar porqué somos un sotavento mediterráneo. Cuando Javier de Burgos trazó los límites de la organización en provincias (en 1822 se inicia el proceso, interrumpido por la reacción absolutista, hasta que en 1833 se vuelven a instaurar, hasta nuestros días), un gran tramo del límite occidental con la provincia de Granada se estableció con criterios hidrológicos, separando la vertiente atlántica de la mediterránea. En ese tramo que se extiende entre Sierra Nevada y Sierra de María, el límite provincial separa las aguas que irán a parar al Guadalquivir, y, por tanto, desembocarán en el Atlántico, junto a Sanlúcar de Barrameda, de las que se dirigirán al Mediterráneo a través de un conjunto de cuencas, de los ríos Andarax, Alías, Aguas y Almanzora.
De entre las provincias andaluzas, Almería y Málaga son casi en su totalidad mediterráneas; Cádiz, Granada y Jaén tienen una pequeña parte mediterránea, aunque son en su mayor superficie atlánticas, mientras que son atlánticas en su totalidad Córdoba, Sevilla y Huelva.
El nombre de los vientos
En nuestro sotavento mediterráneo, los vientos, que se clasifican según su procedencia, se denominan en los cuadrantes principales con los nombres universales de Norte, Sur, Este (Levante) y Oeste (Poniente). Los cuadrantes intermedios, con los nombres clásicos de la navegación mediterránea Grecal (de Grecia, NE), Siroco (de Siria, SE), Lebeche (de Libia, SO) y Mistral (de Venecia, república maestra, NO). Para entender esas denominaciones, hay que tener en cuenta que se establecieron en un punto náutico situado entre Malta y Creta.
Viento y temperatura
Pero una cosa es de dónde procede el viento, y otra distinta qué características locales tiene. El ejemplo paradigmático de este hecho, que genera estupor entre sus “dolientes” lo encontramos en que el levante es seco y cálido en la ciudad de Almería, mientras que es húmedo y fresco en la costa de Níjar. ¿Son vientos distintos? No. Lo que son distintas son sus características locales, que están condicionadas por la posición respecto al mar y a las montañas. Basta que el viento fresquito y húmedo de la costa nijareña atraviese la zona conocida como El Hornillo (tenemos aquí una hipótesis verosímil del origen de dicho topónimo), para que llegue a la ciudad de Almería aconsejando el enclaustramiento. Lo verdaderamente curioso de este fenómeno es que el cambio en las condiciones de ese aire se produce solo en la capa más cercana a la superficie terrestre, que es donde habitamos.
Viento y aire
En sentido estricto, el viento es el movimiento del aire producido por diferencias de presión atmosférica, mientras que la brisa (también llamada aire, a secas) se produce por diferencias de temperatura, motivadas por el balance térmico tierra-mar, y su diferente ritmo de enfriamiento y calentamiento. Está bien que llamemos viento a todo movimiento del aire, pero está mejor saber que detrás de ese movimiento hay causas distintas. Para saber qué viento va a hacer, hay que consultar la información meteorológica; las brisas, en cambio, son previsibles desde la propia experiencia, puesto que responden a mecanismos locales verificables.
Como en todo proceso físico-ambiental, su conocimiento y comprensión requiere una cierta capacidad científica, pero a su descubrimiento empírico por parte de legos ayuda mucho prestar atención a los artefactos humanos que interactúan con esos procesos naturales. La observación de la ubicación de los molinos de viento (deberíamos llamarlos de aire, por las razones aquí explicadas), o de los modernos parques eólicos, nos indica con claridad cómo interfiere la geografía local en las condiciones meteorológicas, convirtiéndolas en climáticas.
La próxima semana, nos introduciremos en el fascinante tema del gobierno del agua.
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