‘Trigo limpio’, la novela con la que Juan Manuel Gil (Almería, 1979) se ha alzado con el Premio Biblioteca Breve, es un tributo a la fascinación que sigue despertando en cada uno de nosotros una buena historia. Un homenaje a la literatura oral y escrita que plasma en la mirada de unos niños de un barrio periférico que salen a la calle cada tarde de verano dispuestos a jugarse el tipo a cambio de un rato de emoción.
El narrador y protagonista de ‘Trigo limpio’ no tiene nombre, pero sí una voz propia. ¿Pueden las palabras definirnos más que un nombre?
Cuando empecé a escribir esta novela, lo que me proponía era eliminar el nombre, pero utilizar palabras y referencias biográficas y autobiográficas para que el lector entrara al juego de una pregunta: ¿está contando la vida del autor? Y lo hacía de manera intencionada, porque siempre he pensado que diluir esa frontera entre la realidad y la ficción es una puerta excelente para llevarte a la confusión y, de ahí, a la alucinación.
Cuando me meto en un libro, le pido que me saque del sitio donde estoy y me zambulla en el relato y para lograrlo uno puede utilizar lo que esté en su mano; y yo he usado ese borrado de fronteras.
Esa confusión entre autor y narrador ya estaba en su libro anterior, ‘Un hombre bajo el agua’, ¿se ha convertido en un distintivo de su obra?
Lo que he hecho es seguir el curso natural de esa voz que estaba ya en ‘Un hombre bajo el agua’ y me pedía seguir profundizando y desnudándola más, divertirme con ella. Porque es una novela con la que me he divertido durante el proceso de escritura, pensando en todo momento que si yo lo pasaba bien, el lector haría lo mismo.
No sé si será la voz narrativa de mi próximo libro, pero estoy convencido de que me puede deparar grandes alegrías como escritor, porque me permite plantear preguntas esenciales y eso es la literatura. Hacerse preguntas y escribir 200 páginas para contestarlas sin la garantía de que vayas a encontrar una respuesta.
Esta voz narrativa me gusta, me siento cómodo con ella y es probable que dé otros libros. Lo que sí tengo claro es que es una voz que ha llegado de una manera natural después de escribir una serie de libros. No la habría encontrado hace ocho o diez años. Ha tenido que pasar todo este tiempo, muchas lecturas y toda mi escritura para encontrarla.
Por si fuera poco, propone un juego de espejos entre los personajes.
Es una especie de novela llena de espejismos, de certezas que acaban diluyéndose como un azucarillo para convertirse en algo que no es. Y es todo así. Los personajes no son lo que parecen y cuando la trama parece sólida, de repente se quiebra y tira en otra dirección.
Con ese juego en el que nada es lo que parece, la he bautizado ‘Trigo limpio’, porque en realidad nada es trigo limpio, ni siquiera el título, que constituye una trampa. Te hace pensar que te va a ofrecer algo limpio, despejado de polvo y paja y cuando el lector se mete, se da cuenta de que lo mejor que puede hacer es desconfiar de cada capítulo que pasa porque puede que solo sea una exclusa, o una puertezuela, hasta algo inesperado.
Para mí es muy importante que las novelas te sorprendan, que giren sin llegar a quebrarse, que te convenzan de que tú quieres formar parte de ese delirio que te van a contar.
Un delirio en el que necesita la complicidad del lector...
Estamos ante un libro que está dispuesto a llevar al límite ese juego entre realidad y ficción. Un libro que pretende coger al lector desde las primeras páginas y llevarlo en volandas hasta las últimas. Y para eso este tiene que asumir que las reglas de esta novela son las que son: nada es lo que parece pero eso no importa y se confunde todo pero eso tampoco importa, porque hay un trasfondo, una historia, un relato y un puñado de preguntas como granos de trigo a las que el lector va a buscarle respuesta. Solo hay que alcanzar la última página para encontrar esas respuestas.
Y en ese juego hay alusiones a mi vida real, hechos que son contrastables y que salen en Wikipedia y en Google. Pero con todos los elementos reales no construyo una realidad, construyo una ficción. Una especie de delirio literario en el que tú, lectora, y yo, escritor, somos partícipes y remamos en una misma dirección hacia esa última página.
El trasfondo se sitúa en parte en su barrio, El Alquián, y refleja cómo sus vecinos quedaron marcados por la construcción del aeropuerto. ¿Estamos ante un ajuste de cuentas?
La construcción del aeropuerto en los aledaños de mi barrio, El Alquián, es una cicatriz que supura todavía. Ahí están los aviones, el queroseno y la contaminación acústica. En algún momento del libro aludo a que es una guerra de David contra Goliat, del barrio pequeño contra el Ministerio. Y la novela también es un David contra el Goliat del aeropuerto, que sigue funcionando hoy día.
Probablemente haya algo de ajuste de cuentas porque yo uso la literatura para poner los puntos sobre las íes, aunque sea a nivel íntimo. Me gusta pensar que cuando escribo, ordeno cosas que me duelen por dentro y que erosionan parte de mi relato. Y procuro ponerlas donde quiero que estén. Ahora, no es una novela social de lucha contra los poderes políticos que deciden dónde va cada cosa. Quizá se trata de todo lo contrario: de cómo una cosa que se plantea como algo negativo, un aeropuerto, se convierte en una máquina fantástica que origina multitud de relatos y una vida salvaje que marca la adolescencia de los niños que viven en el barrio.
El aeropuerto, aljibes, antiguas fábricas y fortificaciones sirven como pasadizos físicos donde cualquier cosa puede ocurrir a este grupo de amigos. ¿Qué papel jugaron estos espacios en su propia infancia?
Para los niños de mi generación, la vida estaba en la calle, en transgredir los límites y acercarse donde uno no debía. Y cuando empecé a escribir esta novela, sabía que era un homenaje a la fascinación que a mí me produce la literatura oral y escrita y la concreté en la mirada de esos niños, porque es similar. Ese niño que sale cada verano a jugarse a vida o muerte en qué invierte la tarde, porque si no, el hastío llega muy pronto. Estos chicos están dispuestos a meterse en cualquier agujero o gruta o saltar cualquier tapia, jugándosela a darse un mal golpe.
Y esa ha sido nuestra forma de entender el periodo anterior a la adolescencia. Yo no tengo un recuerdo nostálgico de aquello; tengo un recuerdo divertido, salvaje, trepidante. Pero también conservo recuerdos de escenas violentas e implacables en las que pasabas miedo y dormías regular, y eso ha mantenido a raya la nostalgia. La nostalgia, al menos en mi caso, es una mala compañera de viaje en la literatura.
En ‘Trigo limpio’ dice que los recuerdos tienen más de creatividad que de acta notarial, y el gran tema que recorre el libro es cómo el relato que se acaba imponiendo es subjetivo y poco tiene que ver con lo que pasó. ¿Es un tema que le obsesiona?
Me obsesiona la construcción del relato. Todo lo que nos rodea está directamente vinculado a la manera que alguien tenga de contarlo. Me pregunto cómo en determinadas circunstancias puedes transmitir una sensación de control o de sufrimiento. Y me interesa porque me dedico a la literatura. Quizá el relato por antonomasia que es el de traer al presente el pasado no significa certificar una verdad. Esto dependerá de tu habilidad con las palabras, con la sintaxis e incluso con la imaginación.
El problema es que le damos demasiado importancia al concepto de verdad, y yo trato de restarle trascendencia y la alejo de mi literatura. Yo defiendo que el relato es lo que importa y esto tiene una doble lectura: es maravilloso porque nos permite viajar al pasado y eso es mágico, pero, cuidado, porque un mal uso del relato puede ser perverso. Me interesa esa dualidad, caminar por ella.
Habla también de la importancia de dominar la palabra para sentirnos queridos. ¿La literatura le ha permitido sentirse así?
Yo creo que eso lo sentimos casi todos, no necesitamos ser escritores. Cuando te conviertes en el juglar del grupo que cuenta una historia y ves que esta genera emoción al oyente, eso es bidireccional, te va a volver a ti. Y quién no quiere sentir cómo se emociona el otro, siempre y cuando no llegues al límite del narcisimo.
En la construcción de estos relatos cuando veíamos que algo no funcionaba, estábamos dispuestos a cambiarlo aunque hubiese que pagar un precio en la veracidad de los hechos, porque sabíamos que el oyente iba a disfrutar más. La carrera quizá no fue tan frenética, pero así llega el doble. Esto lo hemos hecho todos desde pequeños. Lo que pasa es que en literatura uno lo profesionaliza y el lector sabe que puede ocurrir.
Pero yo claro que me he sentido querido y admirado por lo que he escrito. Sería estúpido negar que esa emoción me encanta y el ejemplo más reciente es haber ganado el Premio Biblioteca Breve que es algo que viene dado por mi escritura. Me siento muy feliz por el cariño de la gente.
Habrá quien piense que ha tenido suerte al ganar este premio, pero lo cierto es que publicó su primer libro hace 17 años. ¿Cuánto ha trabajado hasta llegar hasta aquí?
Para mí puede haber un aporte de suerte igual que en otros premios y en otras circunstancias de la vida. Sin embargo, detrás de este libro está el trabajo que he dedicado a cada uno de los libros y artículos de periódico que he escrito, las charlas que he dado e incluso mi trabajo como profesor de Lengua y Literatura. Es un trabajo de muchos años que se ve recompensando por un premio muy importante. Yo puedo entender que haya quien crea que ha sido una cuestión de suerte. Pero esa persona no se levanta conmigo cada día a las cinco de la madrugada a escribir, ni ha renunciado a tantas cosas con su familia porque tiene que volver a sentarse a trabajar. Hablar de suerte después de tantos años es sencillamente una simplificación.
¿Alguna vez a lo largo de este tiempo se planteó tirar la toalla?
Si te soy sincero, sí aunque no sé si lo decía con la boca pequeña. Lo verbalicé en casa justo cuando publiqué ‘Las islas vertebradas’, y aún no había empezado a escribir ‘Un hombre bajo el agua’. Mi familia me soltó que no era una opción que barajaran porque no escribir me iba a convertir en un ser huraño, de modo que supe que estaba equivocado. Quizá no tenía que dejar de escribir, sino simplemente dejar de buscar constantemente una editorial que me quisiera.
Fue un momento determinante en mi carrera, mi familia me dijo ‘escribe para ti y para nosotros’, y ese fue el motor del nacimiento del libro en el que encontré la voz que me ha llevado a ‘Trigo limpio’, donde entiendo que ya hay una progresión natural, más depurada, incluso en la propia estructura narrativa.
¿Y a partir de ahora qué?
Ahora mismo estamos en los primeros días después del lanzamiento y lo que me apetece es vivir el contacto con el lector. Quiero ver qué tal acoge la historia, dónde lo lleva y si ese camino vuelve a mí y me permite conversar con ellos. Y espero que eso vaya despacito. Cuando pase, supongo que lo siguiente será sentarme a escribir, aunque ya lo estoy haciendo.
¿El premio lleva aparejado un contrato con Seix Barral?
Obviamente yo estaré encantado de formar parte del equipo de Seix Barral y de Planeta porque me han demostrado un talento, un cariño y una profesionalidad que ni en mis mejores sueños habría intuido. El libro, cómo se ha publicado y la manera en que está llegando a los lectores los habría firmado en cualquiera de los sueños que tenía hasta hace pocos meses.
¿Se plantea tomarse un respiro en su trabajo como profesor?
Me lo tomo con muchísima calma. Es cierto que el premio me ha llevado a jugar en una divisón fantástica en la que todo es fascinante, pero hay que tener los pies en el suelo y seguir escribiendo y madrugando. Las cosas, despacito y con calma.
¿Qué le han dicho sus alumnos?
Cuando suceden cosas de este tipo, se quedan con la emoción y la alegría del profesor. Ellos las han visto en mí y las han hecho suyas. Las reacciones han sido muy cariñosas: desde buscarme por redes para felicitarme el día que se supo lo del premio a levantarse en clase y darme un aplauso espontáneo. Y siempre con la promesa de que van a leer el libro. Ha sido una parte muy bonita.
¿En quién fue la primera persona que pensó al saber que había ganado el premio?
Cuando me llamaron, sentí una desconexión total con mi cuerpo y la cuestión es que no se lo podía decir a nadie porque el fallo se hace público semanas después. Pero en la primera persona que pensé fue en mi pareja, Tamy, quien soporta que madrugue más de la cuenta y que cuando las cosas no funcionan en mi historia, lo traslade a la vida cotidiana. Sin ella, mi tiempo y mi espacio se reducen muchísimo, de modo que necesito de su trabajo y de su sacrificio. Y si soy sincero, casi debería repartir el premio ‘fifty-fifty’ con ella aunque espero que no lo acepte. (Risas).
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