Adrián Zapata ha volcado su faceta artística en la docencia hasta convertirse en algo así como el profesor total. Imparte la asignatura de Artes Escénicas en uno de los institutos más señeros de Almería, el IES Celia Viñas, y sus performance e instalaciones dejan bocas abiertas y destierran la idea de la enseñanza como una actividad rutinaria y estática. Atrás quedan sus años al frente de la Asociación del Libro Infantil, ALIN, cuando recorría los medios de comunicación almerienses haciendo las mejores recomendaciones literarias y escoltado por su madre, Lola, que es una prolongación de su luz. ¿O quizá sea él una prolongación de la suya?
¿Se ha convertido en el profesor que todos quisimos tener?
No creo, tampoco busco convertirme en nada. Es cierto que últimamente estoy muy ilusionado con mi faceta docente porque, aparte de dar clases de Lengua y Literatura, me he volcado en la asignatura de Artes Escénicas. Es una especie de reciclaje, como si hubiese estudiado algo nuevo.
Ahora que las Humanidades están cada vez más arrinconadas, ¿qué supone introducir en las aulas disciplinas artísticas?
Creo que es un asignatura que a todo el mundo le puede venir bien. El beneficio no es ya lo típico del trabajo en equipo, que también. Va más allá. Es la ausencia de competitividad, la desinhibición, el contacto directo con los otros, el compromiso, la oralidad, la expresión corporal, conseguir seguridad en ti mismo. Tiene muchos beneficios a nivel personal en cuanto a crecimiento.
Lo que más me gusta es la evolución natural que van teniendo los alumnos. Cuando empezamos en septiembre, no los conozco y comienzo con ejercicios en los que les pido poco. Pero conforme van pasando los meses, son ellos los que me piden algo más extremo porque quieren explotar.
Otra cosa que me motiva son los comentarios del resto de profesores que comprueban cómo, a pesar de la timidez, algunos se transforman sobre el escenario. Es llamativo cuando tienes a alguien normalito que luego es capaz de salir con una falda de seis metros con lentejuelas azules.
Al final el arte es una excusa para acabar con el pasotismo y concienciar a nuestros adolescentes de temas sensibles.
Exacto. Depende de la inspiración, del momento, del alumnado. Pero las concepciones artísticas deben tener un componente social, y otras veces meramente artístico. Lo bueno es no encasillarse y empatizar con los estudiantes. A mí me gusta conocerlos, ver hasta dónde pueden llegar. Y así ir encajando proyectos nuevos siempre arriesgando un pelín. Ellos están acostumbrados a lo normal y tienen que entender que todo lo del escenario no puede ser como si fueras a tomarte un café. Están en una edad bonita, pero tienen sus vergüenzas, sus redes. Luego se les olvida y les da igual.
¿Le impuso subir las escaleras de un centro con tanta solera como el Celia Viñas la primera vez que fue allí como profesor?
Siempre he sido muy soñador y recuerdo una vez que, siendo interino, vino un compañero de Granada a hacer un trabajo aquí y paseando por la ciudad, al llegar a la puerta del Celia, le dije: algún día trabajaré aquí. Siempre me gustó esa majestuosidad del edificio.
La primera vez que subí las escaleras, entré como empequeñecido porque el edificio se te echa encima. Pero conforme te vas haciendo, las escaleras son como unas alas. Yo alucino con todos sus rincones.
Cada día cuesta más captar la atención del alumnado, ¿recurre para lograrlo a sus dotes de actor?
Algo creo que sí. De hecho, doy clase de Innovación Educativa en el máster de Secundaria y allí partimos de premisas como son la importancia de la emocionalidad, la expresión corporal y las artes escénicas. No es que tengas que actuar, pero sí estar muy seguro de ti y transmitir ilusión.
Estamos en los días previos al inicio de la Feria del Libro y me viene a la mente su labor al frente de la Asociación del Libro Infantil, ALIN. ¿Cómo recuerda aquella etapa?
Todas las etapas de tu vida son importantes y te marcan y ALIN me permitió adentrarme en el mundo de la literatura infantil y juvenil y tener contactos con los medios, algo que me apasiona. Estuve colaborando con Diego Bravo en Localia. Imagina: recomendaba literatura infantil y juvenil en un programa llamado ‘Local de noche’. Luego salía de pubs por las Cuatro Calles y me decían: ‘Ah, si eres el de los cuentos’. También trabajé con Alfredo Casas en la SER, fue una etapa maravillosa.
Conocí a escritores e ilustradores, hicimos actividades, recibimos premios y publicamos recomendaciones en revistas especializadas. Pero estalló la crisis y todo empezó a decaer.
¿Qué es lo que más y lo que menos le gusta de la cultura de Almería?
Me encanta el ciclo Delicatessen, porque tengo una forma de entender el arte parecida a la de Axioma. Lo que menos me gusta es que noto cierta falta de ambición. Necesitamos encontrar recovecos para expresarnos como pasó con el Microteatro. No se lo ponemos cargar todo a las administraciones.
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