Marina Hernández de los Ríos (Almería, 1995) irradia la luz del que dedica sus días a hacer aquello que ama. Tal y como evidencian sus cortometrajes y sus cuadros, transita entre las artes plásticas y el audiovisual sin despeinarse. Desde hace unos meses, ha convertido su casa de Madrid en un estudio de arte llamado El Arco Azul.
¿Cómo es vivir en su propio taller y sala de exposiciones?
Supone sacrificar mucho espacio personal en favor del arte, porque no tenemos salón ni habitación extra. De modo que nuestro dormitorio lo es todo, es nuestro refugio. El resto de la casa es sala de exposiciones y almacén. Incluso nuestro cuarto está siendo invadido por los cuadros, pero merece la pena.
¿Y cómo funciona?
El Arco Azul empezó en un local de Madrid, pero vimos que no compartíamos bien espacio con otros artistas porque necesitábamos más, ya que nuestras obras son de gran formato. Así que el proyecto se transformó en un piso-galería que se puede visitar concertando una cita. Conforme vamos terminando cuadros, los vamos colocando y almacenando otros. Seguimos la línea de cualquier open-estudio de Madrid. En este momento, tenemos unas catorce obras de formatos diferentes cada uno.
Habla en plural, ¿quién es la otra pata de El Arco Azul?
Camilo Morales, un artista cubano al que conocí durante la pandemia, a través de Instagram, sin más pretensión que compartir cosas sobre arte. Cuando volví a Madrid, como ninguno de los dos teníamos espacio, decidimos compartir estudio. Él hace sobre todo abstracción y bebe mucho de la cultura japonesa, lo que es diferente a lo que yo hago, pero dicen que nos complementamos. Es minimalista, zen y trabaja en un estado mental de sobriedad en busca del centro. Mientras, yo soy locura y explosión. Mi estilo a nivel plástico es positividad, alegría y contar historias que tengan cosas de fondo, por ejemplo, una escena en la que te den ganas de meterte. Me gusta que el espectador complete la obra.
Acceder al circuito del arte, como todo lo que suena a cultura en este país, es complicado. ¿Cómo ha sido la acogida?
Tenemos la suerte de que Camilo tiene muy buenos amigos en el mundo del arte que nos han abierto las puertas a la hora de darnos difusión. Al primer open-estudio que hicimos vino mucha gente y no solo amigos, también la gestora del Museo Reina Sofía. El público tiene ganas de ver cosas nuevas y frescas, porque en lo institucional hay propuestas interesantes, pero también resulta atractivo explorar lo que se hace intentando romper la norma. Los open-estudio de la zona de Carabanchel se encuadran dentro de lo underground y ahí se mueve un caldo de cultivo del que está bien formar parte.
Estudió Bellas Artes, pero la vida la ha ido acercando al audiovisual. ¿Cómo transita de lo plástico a la imagen en movimiento?
Todo se resume en que me gusta contar historias. Salto de un lenguaje a otro con naturalidad. Cuelgo vídeos de cuadros en Instagram y he hecho instalaciones escultóricas con un códido QR que te permite ver lo que hay detrás.
Pertenece a esa generación de jóvenes que se define como la mejor preparada de la historia, pero ¿en sus primeras experiencias laborales la han hecho sentir que se le valoraba?
No han sido malas experiencias laborales, pero a nivel económico no se premia el esfuerzo, ni el sacrificio, quieren a un empleado que supla a toda una plantilla. Nuestros padres fueron la generación de sacarse unas oposiciones para ganar 3.000 euros, pero es que ahora hay quien oposita por un sueldo de 800 y tampoco se puede mantener a un país de funcionarios. Y luego está el hecho de que ser autónomo es un calvario.
¿Y cuál es la solución?
Yo creo que somos la generación que tiene que apostar por emprender, pero construyendo un sistema que funcione. Nuestros abuelos ya lo hacían: uno de los míos tenía una tienda de ropa y otro un taller. La clave está en saber lo que quieres, porque ya que te van a pagar una miseria, que sea por hacer algo que te gusta. Y si el mundo laboral no está dispuesto a aportar soluciones, tendremos que ser nosotros mismos quienes lo intentemos.
El binomio mujer-arte recorre toda tu obra, ¿por qué?
Se lo debo a mi madre, Mar de los Ríos, que es un ejemplo de mujer artista que ha luchado por ser escritora y estar en los medios de comunicación. Ella me ha enseñado mucho y que una figura femenina me haya empoderado así es mi raíz. También me ha mostrado cosas acerca de mujeres importantes como Carmen de Burgos y Virginia Woolf, con esa frase tan maravillosa en la que decía hay que tener una habitación propia para escribir; yo tengo la mía para pintar.
Tiene entre manos el guion de un largometraje que le gustaría rodar en Almería. ¿Hay algo que me pueda contar?
Está ya está bastante avanzado. Se titula ‘La casa del viento’ y cuenta la historia de una chica que vuelve al pueblo donde se encuentra una herencia inesperada. Me gustaría rodarlo en Almería y en el desierto, porque a mí siempre me ha tocado mucho ese contraste desierto-mar. Aparte, creo que pronto voy a abrir una empresa de estampación para vender mis obras en formato láminas y mini-cuadros que sean más asequibles. Alguna gente me ha aconsejado que no mezcle cosas, pero yo no veo reñido estar en un museo con vender láminas por Amazon y, ante todo, tengo que ser yo misma, si no, me vuelvo loca.
Trabaja el collague siguiendo la filosofía de dar una segunda vida a lo viejo. ¿Cómo es el proceso creativo?
Es muy interesante porque voy a rastros y mercadillos y compro lo que me va interesando. Reutilizar lo viejo es algo que está muy en mí. Busco libros antiguos y enciclopedias que compro al peso y los uso para hacer cuadros. Por ejemplo, tengo un cuadro en el que obras de arte forman una gran obra de arte u otro de una cocina hecha con libros de cocina. Me paso días recortando y componiendo y me encanta.
¿Cómo se ve en diez años?
Me quiero ver viviendo la vida con humildad y alegría. No aspiro a más que a pagar el alquiler de mi casa sin la ayuda de mis padres. Que me valoren artísticamente pero lo justo para poder vivir haciendo lo que me gusta. Estaría bien haber rodado un par de películas y haber montado alguna exposición más, pero desde la humildad y el positivismo. No pretendo ser la nueva Picasso, me conformo con ser feliz.
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