Ginés Bonillo vuelve a cabalgar con ‘Los caballos del agua’

El narrador del Almanzora presenta su nuevo libro de relatos mañana en el Museo de la Guitarra

Ginés Bonillo Martínez nació en Zurgena en 1961.
Ginés Bonillo Martínez nació en Zurgena en 1961.
Manuel León
23:51 • 25 oct. 2022

Uno se imagina a Ginés Bonillo (Zurgena, 1961)  en su despacho, con  Mercedes Sosa en los auriculares, mirando el teclado sin verlo, hilvanando sujeto, verbo y predicado en medio de una noche en la que nunca se hace de día; uno se imagina a este sensato narrador del Almanzora, sin vista desde hace unos años, viendo con los ojos de la memoria, construyendo mundos imaginarios basados en el recuerdo, en lecturas pretéritas, en el universo oral que le traspasaron hace décadas sus mayores sin él siquiera darse cuenta.



Vuelve Bonillo por sus fueros que no son otros que los de la letra impresa sobre el papel hueso oliendo a pegamento de imprenta; vuelve con los Caballos del Agua, un nuevo volumen de relatos de gente humilde, de gente con pasaje de tercera en esa tierra en medio de la nada que es Almanzora. Lo presenta el próximo jueves en el Museo de la Guitarra de Almería, acompañado de Juan Grima (Arráez Editores) y del prologuista, el profesor Pedro Perales Larios.



Bonillo dejó atrás hace mucho tiempo esos años en semipenumbra, luchando contra un glaucoma, en los que trataba de aferrarse a un  hálito de luz, calculando los peldaños de las escaleras de su Instituto Alborán. Un día dijo “no puedo seguir así”, y, aunque tuvo que arriar su vocación de enseñante, de pastor de adolescentes díscolos, se centró en lo suyo, en lo de siempre: sus lecturas, sus escritura campesina, mirando  ahora de fuera para sus adentros, sin distracciones periféricas, trabajando, como un amanuense, en su taller de carpintero de oraciones que es su blog Los ojos rebeldes. Perdió la vista, Ginés, pero no la ternura para imaginar mundos semiperdidos, mundos como los de los Caballos del Agua por donde cabalgan -hundiendo las pezuñas sobre el limo del río- historias de hiladoras de seda, acequieros, alcaldes de las aguas, alamines de heredades, guardas de los montes, caballeros de la sierra, estraperlistas y maquis, nadando todos entre la comicidad y la sátira, entre el humor y la denuncia.



Son 18 relatos de pura cepa, de pura vida, la vida del niño crecido que los escribe, guiado por el auriga de sus recuerdos infantiles en un escenario mítico llamado Surena, una suerte de Macondo almanzorí, en donde ocurren todas estas historias entrelazadas que van, por ejemplo, desde La merienda de los tontos al Cura de Bejarín y que tanto buen hacer garantizan tratándose del autor que las ha concebido. 







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