Una semana antes de su estreno en España, ‘El amor de Andrea’, nueva película de Manuel Martín Cuenca (Almería, 1964), le dio al cineasta dos importantes premios internacionales: dirección y guion (compartido con Lola Mayo) en el Black Nights de Tallin. Su triunfo en el festival de Estonia, uno de los 15 de clase A que existen hoy (división donde juegan los de Cannes, Venecia, Berlín y San Sebastián), certifica la mirada personal, insobornable y ajena a modas y corrientes, del autor de ‘Caníbal’ y ‘La hija’.
Con dos nominaciones en los Premios Asecan (Asociación de Escritoras y Escritores Cinematográficos de Andalucía) a guion e interpretación femenina (Lupe Mateo Barredo), ‘El amor de Andrea’ es un drama rodado íntegramente en Cádiz con un reparto de noveles sobre una adolescente de 15 años que busca una respuesta: por qué su padre, que la abandonó a ella y a sus dos hermanos pequeños, no quiere saber de ellos.
En Almería se proyecta en los Monumental de la capital, en los Yelmo de Roquetas y en los Ocine de El Ejido.
El jurado de Tallin destacó el respeto, el corazón y la delicadeza de la historia.
Los jurados siempre dan unas líneas a modo de justificación. Al escucharlas, sentía que se estaban refiriendo a la película, aunque no sabía que íbamos a ganar dos premios ni cuáles eran. Han valorado la cercanía, la calidez, el humanismo, la mirada diferente. Pero ya sentí eso en la proyección. Estás al otro lado de Europa, son nórdicos, no sabes cómo van a entender la película. Pero el coloquio fue súper emocionante, ante un público en su mayoría femenino. Había una terapeuta que había visto casos similares que contó que le emocionó mucho: habló de ‘El amor de Andrea’ mejor de lo que yo podía hacerlo. Regresé muy contento: Tallin es un festival emergente, muy potente, con compradores de América, Asia y el norte de Europa. Los premios son la guinda del pastel, una maravilla, pero igual que han caído podían haberlo no hecho.
Es la primera película desde ‘La flaqueza del bolchevique’ en la que no escribe el guion con Alejandro Hernández, lo firma con Lola Mayo. ¿Ha influido en esta nueva etapa que dice emprender con esta película?
Evidentemente, la mano y el espíritu de Lola están en la película, y cuando trabajas con otra persona se crea una nueva voz. Pero la búsqueda de este tono ya venía de antes; de hecho, está en un proyecto con Alejandro que no he conseguido levantar aún, una historia que sigo peleando por sacar. Busco a Lola porque creo que ella va a entender muy bien este tono y coincide mucho con una manera de entender el cine. Cuando cambias tus colaboradores y además escuchas y dejas que metan lo mejor que saben en el proyecto, y lo hagan suyo, aunque tú seas quien dirige, obviamente se nota. Es una película de Lola y de otra mucha gente.
Ha trabajado con actores noveles, elegidos tras un larguísimo casting. ¿Temió no encontrar a Andrea? Ella lleva el peso de la película, lo vemos todo a través de su mirada. Y la actriz Lupe Mateo Barredo está tan fantástica que quizás todo se caería de ser otra.
El proceso de hacer una película es siempre de una total incertidumbre. Te agarras a certezas, a la fe, a la convicción, pero nunca estás seguro de si te puedes equivocar. Y no lo sabes hasta que has acabado. Con un alto nivel de incertidumbre, confiaba en mi experiencia y en que iba a encontrar a alguien interesante. De hecho, encontré a Lupe, una chica fantástica que me encantó desde el principio, pero también a otras que podrían haber protagonizado la película. Al final es una decisión de hacia dónde quieres llevar la película, el tono que buscas. Como dices, aunque todo es fundamental y tiene que estar entrelazado, ella es la que sostiene la película de principio a fin. Fíjate, el personaje de Abel, el chico [Agustín Domínguez], fue el que más costó. Hubo un momento de desesperación, parecía que no íbamos a encontrar a nadie que le diera la réplica a Lupe. Es un papel muy complicado para lo cortito que es. Yo pensaba que me iba a costar más dar con los niños pequeños [Cayetano Rodríguez Anglada y Fidel Sierra], pero los encontré inmediatamente. Me lo he pasado pipa con ellos, ha sido maravilloso.
Rodó de forma cronológica, con los actores descubriendo el guion cada jornada. Los niños tienen momentos muy expresivos, de risas, donde se meten el uno con el otro, quizás improvisados.
Todo estaba en el guion. Tienes que hacer que parezca que no lo está, que va surgiendo. Y eso pasa con los pequeños y con los mayores. Hay un guion, pero el ejercicio es despojar esa consciencia y que la interpretación sea lo más inconsciente posible a través de distintos métodos. En el fondo ha sido como llevar al extremo el método de siempre: les hago trampas, les cambio la frase, me encanta ese punto de tener que estar alerta. Tú no sabes lo que voy a decir dentro de un minuto, ni yo lo que va a pasar. Y eso nos mantiene conectados, escuchando el uno al otro. Eso es lo que hay que buscar siempre con los actores.
Volviendo al tema de la elección final de uno u otro intérprete. ¿Qué le tira para decantarse: el corazón, el instinto...?
Siempre la intuición y la fe, que no es que se te aparezca la Virgen: es conocimiento entrenado que te sale de manera inconsciente. La certeza no existe en nada artístico. Por eso hacer una película es un proceso frágil, de búsqueda, y que además implica mucho dinero. Hay que tener convicción, intuición y seguir para delante: al final, si una película te queda mal solo has hecho una película. No eres un médico, no te has cargado a nadie.
Muestra una juventud muy distinta a los estereotipos de las series. ¿Ha conocido a adolescentes como Andrea?
La mayoría, lo que no he conocido es a ninguno como los de alguna serie de renombre de alguna plataforma. En el proceso de casting, con mi equipo, he conocido muchas historias así. Y adolescentes me han contado cosas que no les han dicho ni a sus padres ni a sus amigos. Al final, la droga, la violencia, el retrato estereotipado, es un cliché, una imposición casi ideológica por parte de los mayores, proteccionista y paternalista, que viene incluso de una superioridad moral de los adultos. Si escarbas tras la tecnología que nos invade, tras la desinformación, lo que hay son niños y adolescentes como los de ‘El amor de Andrea’. Esta película es un golpe en la mesa: ya está bien de ese retrato de la juventud. Por eso, incluso ideológicamente, esta película se sitúa en un margen. Y lo asumo, y con orgullo.
Andrea, mientras pasea por Cádiz y cuida a sus hermanos, lee 'Juan Salvador Gaviota', no está en TikTok. Eso también es un posicionamiento.
Los adolescentes se van a la playa, están con sus amigos. Sí, se agarran al móvil y a las redes como algo adictivo desde una posición casi de ahogo por la incapacidad que tienen de llenar sus huecos emocionales. Están enganchados a estas herramientas, pero si rascas, están buscando amor. En el lugar equivocado, de la forma equivocada, sí. Es más, lo terrible es que detrás de todo esto hay una serie de empresas neocapitalistas que nos están vendiendo conceptos guays, a veces de pseudoizquierda, donde el individualismo prima por encima de todo, donde ellos saben que lo que están poniendo en manos de los adolescentes son productos adictivos. Adicciones que lo que hacen es llenar su hueco y su vacío emocional. Ojalá todas las niñas del mundo fueran Andreas con la valentía de enfrentar a sus padres como ella lo hace.
También reivindica el papel del profesor como guía.
Ahora exigimos a los profesores que eduquen lo que tenían que educar los padres, los familiares y los cercanos, cuando lo que tienen que hacer es transmitir conocimiento; no solo información o valores, también conocimiento. Algunos harán lo justo, pero otros, y son los que recordamos, dan mucho más. Transmiten el conocimiento desde lo humano, estando cerca, sin ser colegas o dejar de ser firmes, como el profesor de Andrea. Esta no es una película con mensaje, pero es un referente moral, real, existe. Adoro a esos profesores.
'El amor de Andrea' es muy naturalista, austera, de sacar la cámara a la calle. Pero al mismo tiempo hay una mirada muy cinematográfica, con esos encuadres dentro de la casa de Andrea.
Es una mirada que aparentemente no está, una puesta en escena, una planificación, que parece transparente. Y eso es lo que tiene más dificultad en muchas ocasiones. La apuesta, el estilo, es que pareciera que surgía por sí solo. La luz de Cádiz, la naturalidad de los niños, que parezca que estás siguiendo la vida de unos chicos de verdad... Todo eso supone una puesta en escena tremendamente elaborada. Que no se ve, solo si te fijas. Parece que has puesto la cámara y los niños han improvisado: ojalá fuera tan fácil.
Como en 'Caníbal', ha rodado una procesión. Aunque aquí, para Andrea, representa algo totalmente distinto a lo que significaba para el sastre que encarnaba Antonio de la Torre.
Es como un guiño, como si la película arrancara como 'Caníbal' y que al final ese director hubiera desaparecido, o evolucionado. De hecho, había planos que no rodamos que eran demasiado 'Caníbal': un arranque muy bonito, pero como el de aquella, y no quería repetir. Allí era el rito, la trascendencia, la representación por encima de todo; la fe, la devoción, frente a la Virgen. Aquí es lo que construye materialmente ese artefacto teatral: los cargadores, los pasos... Andrea no se fija en la trascendencia de la Virgen o el Cristo, solo al final cuando entran en la iglesia: ella se fija en quién los sostiene. En la humanidad, en el sudor, en los personajes, con la excusa de estar buscando a su padre. Es una mirada diferente a la Semana Santa, te diría que completamente nueva: nunca se ha mirado esa parte de debajo de los pasos y lo que construye alrededor de cada procesión, de cada hermandad. Rodamos todo esto de manera documental y luego incrustamos los planos de Andrea, como si fueran de ese momento. Tuve mucho contacto con las cinco hermandades de Cádiz que nos ayudaron a rodar.
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