Hay un dicho entre los cebolleros, así es como se conoce cariñosamente a los habitantes de este municipio, que dice que el año termina y comienza cuando llegan los roscos y las carretillas. Sus fiestas patronales en honor a San Sebastián y San Ildefonso, los días 19 y 20 y 22 y 23 de enero, son la máxima expresión del sentir de sus vecinos, dando lo mejor de sí para que estas fechas sean inolvidables.
Y es que algo hay de catártico y expiación en el hecho de quemar en las lumbres muebles viejos y danzar entre las chispas y el fuego. Es como una manera de desprenderse de lo malo y el estrés del día a día y durante dos noches sentirse libre de agobios o ataduras.
Pero también hay mucho de nuevos comienzos en los reencuentros, los abrazos y saludos con los vecinos, muchos de ellos que viven fuera y vuelven para las fiestas, mientras una lluvia de pan sobrevuela las cabezas. Los “¿qué tal va todo?” con gente con la que no se puede coincidir durante el año, pero que en estos días vuelves a encontrar y se siente como si no hubiese pasado el tiempo.
Éxito de afluencia
Este año, por haber caído la fiesta en fin de semana, la asistencia ha sido masiva, incluso habiendo hecho un poco de mal tiempo. Miles de personas han inundado las calles del pueblo para tirar carretillas y coger roscos. Y también para llenar sus bares y restaurantes. En el día de ayer no quedaba ni una mesa libre y muchos vecinos tuvieron que ir a los pueblos de alrededor para poder celebrar sus comidas.
Todo aquel que quiera conocer la emoción y particularidad de esta festividad puede hacerlo en la noche del 22 y la mañana del 23, ya que vuelven a celebrarse los roscos y carretillas, esta vez en honor a San Ildefonso. Quien no pueda asistir, tendrá que esperar 365 días para vivir la magia de estos cuatro días en enero, y decir lo mismo que dicen los cebolleros cuando los santos se encierran, por última vez, en la iglesia: “ya falta menos para el año que viene”.
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