Lee Miller en el Centro Andaluz de la Fotografía

“Una artista singular con una vida tan apasionante como interesante son sus fotografías”

Picasso y Lee Miller, fotografiados en una de las imágenes que se han expuesto en el CAF.
Picasso y Lee Miller, fotografiados en una de las imágenes que se han expuesto en el CAF. La Voz
Ramón Crespo
13:08 • 15 jun. 2024

En casa, y a salvo de las amenazas de un cielo descolorido a punto de vomitar la tierra del desierto, busco una música que me acompañe y al mismo tiempo suene luminosa junto al recuerdo de Lee Miller (Nueva York 1907- 1977) cuya obra acabo de ver en el Centro Andaluz de la Fotografía. La exposición, Surrealista Lee Miller, muestra la trayectoria de una artista singular con una vida tan apasionante como interesante son sus fotografías. Duele, después de haber visto esas imágenes, saberse atado a una cotidianidad anodina, sin emociones que te zarandeen, sin proyectos y retos que exijan un sacrificio pero por los que vale la pena vivir, a pesar del riesgo.



Reconozco que entré al Centro Andaluz de la Fotografía, un espacio sacralizado para los amantes de la imagen, prevenido ante la posible frivolidad, que es privilegio del que abusan algunos dioses y diosas del Olimpo, entre los que podría estar Lee Miller. Empecé a ver la exposición con ciertos recelos, los resabios de la edad, imponiéndome la necesaria distancia para que no me deslumbraran los brillos de la mitología, y sin embargo, a los pocos minutos quedé cautivo de una obra fotográfica sin costuras ni trampas.



Lee Miller es una mujer que conoce a los pintores, poetas y fotógrafos más importantes del siglo XX, los grandes nombres de nuestra cultura, y se relaciona con ellos de tú a tú, en un momento histórico donde las mujeres artistas lo tenían muy difícil, relegadas al clásico papel de musas. Ella cuestiona desde la libertad los cánones de su época, y vive una vida como si fuera una obra de arte. Tras unos inicios dramáticos, siendo niña sufre una violación,  creo que pasa página  haciendo de su vida una aventura. Llega a París, en un primer viaje, para estudiar teatro pero la bohemia acaba seduciéndola. Reclamada por la familia regresa a Nueva York donde el destino le tenía reservado convertirse en modelo, de moda y publicidad, incluida una portada en la revista Vogue, y a partir de entonces es musa por su distinguida y refinada belleza.



De nuevo viaja a París, en esos años veinte cuando las artes se renuevan a destajo. Es el momento además del surrealismo que adquiere primacía por sus muchos vínculos literarios. Conoce a Man Ray, el gran fotógrafo de la vanguardia surrealista y dadá, con quien inicia una relación sentimental y al mismo tiempo artística extraordinariamente fértil. Imposible no sentirse hechizado por la mirada fotográfica de Lee Miller, en imágenes como la que  está junto al poeta Eluard y su mujer, en un picnic bajo los pinos, observada por su celoso compañero Man Ray, las dos mujeres medio desnudas, una fotografía que parece la nítida imagen de la felicidad. Lee Miller fue una adelantada a su tiempo, lejos de viejos convencionalismos sociales, en aquellos locos años 20 que parecían revolucionarios en tantos sentidos Cuando se separa del fotógrafo americano se casa con un egipcio y viven en la ciudad de El Cairo. Esa nueva aventura dura los años necesarios para recorrer el país, y sentir el vértigo del desierto, alejada de su ambiente artístico parisino.



Pasado ese tiempo regresa a Europa. Con su cámara deja testimonio de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Vive en un Londres temeroso por las amenazas de los aviones que bombardean la ciudad, y como reportera de guerra retrata los últimos momentos de la Alemania nazi. De todo lo vivido de primera mano deja constancia en imágenes míticas, la más icónica es la de ella bañándose en el apartamento del führer, y otras, no tan conocidas, si cabe aún mejores. Sentí escalofríos ante la curiosa sensualidad de una imagen como Máscaras contra incendios (1941), o la mirada paisajística y desolada de Minas de carbón de superficie en llamas, en Duren, Alemania (1945), o esa pintura que es Guardia de prisiones de las SS muerto flotando en un canal, en Dachau. Y la más hiriente de todas: Guardias alemanes capturados en Buchenwald.



Dice el filósofo francés, Michel Foucault, que en nuestra sociedad el arte se ha convertido en algo que se relaciona solo con objetos y no con los individuos o con la vida,  y se pregunta si no puede la vida de todos convertirse en una obra de arte. La de Lee Miller, al menos desde la mirada que muestran estas fotografías, parece que lo fue. A veces intento imaginar los preámbulos que alimentan esos instantes retratados, lo que vivió sin capturar, ni ser capturada, por la cámara. Como esos días cuando las tropas aliadas entran en París y ella lleva puesto su traje de infantería militar y la vemos junto al seductor Pablo Picasso, más pequeño que ella, seducido y feliz de tener a su lado una mujer a la que retrató en numerosas ocasiones. Esbozo estos viajes imaginarios siguiendo sus pasos, atraído por la aventura vital de alguien que se siente, a pesar de la encrucijada del tiempo convulso en el que vive, protagonista de la historia.



Y ese guion que ella escribe, su diario de vida, me parece en sí mismo una obra de arte en el que se suceden recuerdos con amigos: Dora Maar, Cocteau, Alexander Calder, Dalí, Gala, Le Corbusier o Max Ernst. Lee Miller deja para la memoria una fotografía de la pareja, Leonora Carrington y Max Ernst, no incluida en esta exposición del CAF, que es como un tratado de las emociones, y tantas, y tantas otras.



No sentir envidia ante una vida como la de Lee Miller, llena de elegancia y glamour intelectual, y sobre todo coraje, es difícil. Y si esto no fuera suficiente como artista nos ha dejado una obra a la altura de los grandes de la fotografía. ¡Qué más se puede pedir! Vayan y vean, y juzguen por sí mismos, el mito no impide que reconozcamos la importancia de su obra, más allá de la leyenda. El resto, léase familia, hijo,  afectos, vejez, etc. es harina de otro costal, porque hacer de la propia vida una obra de arte tiene su precio, alto sin duda, y solo al alcance de unos pocos.                                                                       


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