Conocido por sus reels o tiktoks cómicos en redes sociales y por sus múltiples apariciones en obras de teatro en toda España, Noah de Diego -de nombre real Diego Rodríguez Pérez- es un polifacético artista almeriense cuya carrera le ha brindado valiosas enseñanzas, claves para sobrevivir en un mundo tan competitivo como el suyo. Hoy puede afirmar orgulloso que está comenzando a ser el artista que quiere ser y, aunque todavía le queda mucho recorrido por delante, ya ha trabajado profesionalmente como actor de cine, de doblaje y de teatro.
Un arduo comienzo
"Desde pequeño era muy artista, cogía playmobils y creaba historias más complejas que Juego de Tronos con temas existencialistas", narra en un vídeo de presentación en su Instagram, para luego añadir que, en consecuencia, todos aquellos que lo rodeaban confiaban en que llegaría a hacer grandes cosas. "Había un gran problema con el que nadie contaba: yo mismo", reconoce.
El joven, de 28 años, recuerda cómo era su 'personaje' de la infancia mucho tiempo atrás: "Cuando era pequeño tenía mucha ansiedad social, era tímido y tenía muchos complejos. No me encontraba, estaba fuera de lugar y me consideraba un friki", admite. Todas las barreras que él mismo se imponía lo frenaron durante mucho tiempo a la hora de encaminarse hacia el futuro que tanto deseaba.
A pesar de sus miedos, el macaelero pasó los primeros años de su mayoría de edad a medio camino entre Madrid y su tierra natal, compaginando sus estudios de Arte Dramático en la RESAD con otros proyectos, como el doblaje. "Estudiar en una escuela de teatro es estar mañana y tarde metido ahí. A eso hay que sumarle el tiempo de los deberes y los ensayos. No tenía tiempo para nada", rememora, no sin después señalar que fue en esa época cuando le salieron los primeros bolos y castings.
Luchar diariamente
Uno de sus mayores pasos en el mundo actoral fue su participación en Edipo, una obra de teatro que ya se había interpretado en Mérida y en Madrid y que comenzaba entonces una gira por todo el país. Diego había perdido a su madre meses antes, en el que califica como "el peor verano" de su vida, y se tenía que enfrentar ahora a una obra para la que solo podría ensayar una semana, puesto que "hacía una sustitución".
Las circunstancias no tardaron en hacer mella: "Como había tan poco tiempo para ensayar, había que ir con las pilas cargadas y muy focalizado para hacerlo todo genial. Yo llevaba la muerte de mi madre a la espalda, la ansiedad, tenía migrañas... estaba fatal. Ahí me entró miedo y me dije que no me merecía esto. Fue el síndrome del impostor total", recuerda.
Hay situaciones en las que una pequeña acción lo desencadena todo. En su caso, fue el hecho de pisar Madrid: "En cuanto llegué a la capital me dije: 'yo he venido para esto, nada va a poder conmigo' y lo afronté de la mejor manera que pude". Al final, la obra salió adelante con buenas críticas y con un Diego que había dado lo mejor de sí.
"La muerte de mi madre me enseñó que la vida es muy corta para que todo importe tanto", explica en el vídeo. Si bien es verdad que reconoce que el síndrome del impostor no abandona nunca al actor, también afirma que "se puede aprender a vivir con ello". En su caso, el doblaje es un ejemplo paradigmático: "Siempre pienso que no soy lo suficientemente bueno y que en cualquier momento me va a salir el acento almeriense y la voy a cagar, porque hay que mantener siempre el acento castellano neutro", revela.
Un ámbito precarizado
Su profesión es también una traba más a la que hacer frente, ya que se trata de un mundo en el que no faltan competitividad ni toxicidad: "Te encuentras en una jungla y tienes que sobrevivir: buscarte un contacto, castings, oportunidades, representantes, hacer vídeos...", enumera. Dicho estrés se puede sumar al desembolso constante de dinero para formarse en un primer momento: "Es una lucha constante contra el impostor, pero también contra la precariedad".
No es de extrañar, pues, que el almeriense haya experimentado "momentos de flaqueza" en los que se preguntaba por dónde iba a discurrir su vida. Durante una de estas reflexiones se encendió una bombilla cuya luz ya le ha acarreado casi 58 mil seguidores: "Yo me considero artista antes que actor. Quería que mi arte llegase al público y la forma más sencilla era a través de las redes sociales". Diego entabló entonces una batalla consigo mismo por el qué dirán: "Al final me atreví a subir uno, vi que funcionaba, subí más, me rayé, no volví a subir más... era una montaña rusa".
En la actualidad esa montaña solo va hacia arriba. Su contenido en Instagram combina vídeos que trasladan memes latinos a una versión en castellano con reels que parodian ciertas situaciones españolas comparándolas con la cultura de Estados Unidos. Y es que América es un tema que despierta su interés desde que era pequeño: "Yo siempre he sido un tipo muy de Disney Channel y todo lo que tenía que ver con Hannah Montana, Hotel Dulce Hotel, los dibujos animados...", reconoce entre risas. También de este gusto por lo americano nace su nombre artístico, pues Noah es resultado de una pregunta que Diego le hizo a su madre hace un tiempo: "Mamá, ¿si hubiese nacido en un país anglosajón, cómo me llamarías?".
Confrontación
Para el actor, en aprender de los fallos se encuentra la virtud: "Me parece más interesante una persona que se equivoque y sepa recomponerse de ese fallo antes que alguien que lo haga todo perfecto, porque la perfección no es creíble". El suyo ha sido un largo camino de aprendizaje, pero ha encontrado en el trabajo de autoconciencia y crítica personal el 'expecto patronum' con el que confrontar al impostor que a veces se atrinchera en su interior.
"Sigo sintiendo el síndrome a diario, pero creo que cada vez menos, porque ya no me importa tanto lo que piense la gente", reconoce, para después sentenciar que "vivir siendo quien eres realmente es el mayor acto de generosidad y amor que hay".
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