De todos es sabido que durante la Edad Media, y especialmente en la Edad Moderna, la Iglesia tenía bastante poder gracias a las riquezas que atesoraba y al escudo de la Inquisición. Los monasterios eran caldos de cultivo para que se produjesen experiencias místicas, debido, sobre todo, a la forma de vida en ellos. Los clérigos de esa época hacían misas para ahuyentar al diablo, conjuros de salvación, imponían sus manos sobre los enfermos para curarlos o bendecían los campos para que las cosechas venideras fueran abundantes. Las monjas son un caso aún más especial ya que, según demuestran algunos sucesos estudiados, las que están profundamente marcadas por lo espiritual pueden hacer cosas prodigiosas.
Nosotros tenemos en Almería una religiosa muy interesante, concretamente en Vélez Blanco. Gabriela Gertrudis de Tapa y Acosta, Sor Gabriela Gertrudis de San José, nació el 17 de marzo de 1628. Era hija de Juan Correa de Tapia, abogado de los reales consejos (natural de Granada) y de Isabel de Acosta Moreno, hija de Diego Acosta Moreno, administrador del IV marqués de los Vélez.
Fue la cuarta de nueve hermanos, aunque cinco de ellos murieron muy pronto. Su infancia estuvo marcada por la enfermedad, ya que sufrió las fiebres de malta, que le impedían salir a hacer vida normal, por lo que se refugió en los estritos de Santa Teresa de Jesús. Tras fallecer su padre en 1648, Gabriela Gertrudis ingresa junto con sus hermanas en la orden de las Carmelitas Descalzas de Úbeda. Fue un largo trayecto a lomos de un caballo que las llevó al convento de la Purísima Concepción. Allí, tras tomar el nombre de Gabriela Gertrudis de San José, vive marcada por un profundo misticismo y espiritualidad como detalla en algunas páginas de la autobiografía que redacta en 1672. “Dios dio licencia a los demonios para que me atormentasen con todo género de sensaciones (…) y todo era llorar y deshacerme”.
Tras esos vaivenes iniciales, Gabriela Gertrudis comienza una etapa de sosiego y quietud, estando cada vez más cerca de Dios. Poco a poco, son más frecuentes los trances y éxtasis en los que entra, a veces experimentando llagas o señales en su propio cuerpo, y que terminan con algunas premoniciones relacionadas con tragedias o situaciones importantes que tienen que ver con el propio convento con alguna de sus hermanas. Estos estados alterados de conciencia se repetían con más asiduidad (“Veo la gloria de Dios y hablo con Cristo sobre su pasión”). Ella no quería volver de esos trances que la trasladaban al cielo. “… se me quitó el sentido y me llevaron al cielo donde estaba haciendo una procesión y cantándole al Señor alabanzas, a su amor y hazañas (…) yo quedé encantada. Quien aquello vio y volvió a esta mortalidad, qué pena tan grande le quedó allí al alma”.
Carácter
Desde niña había tenido un fuerte carácter y era extremadamente perfeccionista con todo lo que hacía. Tras el fallecimiento de su padre, tuvo una época de reclusión espiritual en su propia casa, como preparación a la vida en el convento. Pero no fue suficiente. A su llegada lo pasó bastante mal. Duro trabajo, mucho sufrimiento a diario, desalientos… casi le provocan la rendición, pero tras la experiencia mística que tuvo durante un sueño, Gabriela Gertrudis decidió seguir con su cometido. Y su fama iba extendiéndose entre las autoridades religiosas, que acudían a ella en busca de una visión de esperanza o de la salvación espiritual.
Pero a finales del s. XV enfermó. “Dos años y más me duró que todas las veces que comulgamos se me llenaba la boca de sangre y me duraba eso más de dos horas, y solía tomar un poco de agua para que aquello se me quitara de la boca, y aunque tomaba agua hasta el mediodía que comía, no se me quitaba esto de la boca”. Ella sospechaba que la muerte había venido a buscarla, pero realmente era lo que quería. Ansiaba que su alma se elevara hasta lo infinito para llegar a esa otra vida que tantas veces se le había aparecido durante sus éxtasis y sus sueños. Al principio tenía mucho miedo al no entender el porqué de la continua presencia de ángeles a su alrededor, pero su confesor, fray Agustín de la Cruz, le hizo comprender que las visiones no eran producto de su imaginación, sino que Dios la había elegido por gran motivo, y por eso quería conversar con ella de vez en cuando. Cada vez que comulgaba, se le llenaba la boca de sangre durante varias horas, y Dios se presentaba ante ella de vez en cuando, en forma de niño Jesús. Ella intentaba abrazarlo, pero no podía. Revoloteaba sobre las cabezas del resto de monjas sin que éstas se percatasen de ello.
Su enfermad, unida a su fuerte deseo de morir, trajeron consigo el fallecimiento de la religiosa carmelita el 12 de enero de 1702. Apenas quedan documentos sobre ella, tan solo una copia de su autobiografía ya que el original se perdió. Nos tenemos que conformar con un cuadernillo escrito por ella de su puño y letra, titulado Un desvelo necesario para el alma, donde da consejos espirituales a una novicia a punto de profesar; y con el Traslado de la Vida que de su mano escribió la Venerable Madre Gabriela de S. Joseph, seguramente en los primeros años del siglo XVIII. Este códice se conserva hoy en el convento de Úbeda en forma de un volumen de 22x15 centímetros encuadernado en pergamino (está fechado el 6 de mayo de 1679). Su cuerpo, incorrupto y vestido con su hábito, está guardado en un cajón de madera dentro de su biblioteca.
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