El Madrid abrillantó su cuenta de resultados de 2016 con el pentacampeonato mundial sin nada de qué presumir y tras un forcejeo no presupuestado frente al esforzado y honorable Kashima japonés. Benzema y Lucas Vázquez, retirado en contra de toda lógica más allá de la de no molestar al star-system, fueron el remolque de un equipo que hace tiempo que no sale en tromba y que se colgó la medalla sin un atisbo de gloria, permitiendo que un equipo de talla muy inferior le hablara de tú durante muchos minutos. Este Mundial de clubes le cayó por efecto de la ley de la gravedad, que premia al que más pesa. Vale lo mismo para Cristiano, capaz de hacer convivir un hat-trick con un mal partido.
El partido, insospechadamente, tuvo dos direcciones. El presidente de la Federación Japonesa adivina un acercamiento entre continentes y un Madrid desfigurado quiso dejarle en buen lugar, permitiendo que el fútbol del extremo Oriente presentase sus avances a la comunidad internacional. El Kashima ofreció una buena organización defensiva, cierto arrojo en la presión y el propósito de no agacharse en cuanto sonó el primer tiro. El temprano gol de Benzema no le cerró las escapatorias. Fue un tanto sin elaboración, un disparo de Modric fuerte y sin colocación, rechazado ingenuamente por Sogahara y empujado a la red sobre la marcha por el francés. Un gol sin salsa, retrato robot de este Madrid.
A partir de ahí el equipo de Zidane se dejó ir y remoloneó, costumbre molesta muy de estos tiempos. Coleccionó un puñado de ocasiones mientras Modric fue la depuradora de su juego, pero ninguna tuvo claridad. Disparos lejanos, combinaciones inconclusas entre Lucas Vázquez y Benzema, con mejores vibraciones que en los últimos tiempos, y detalles barrocos sin utilidad de Cristiano, que volvió a jugar más en punta de lo que resulta habitual. Sabe que ahí, más al norte, están los goles que le aguardan de aquí hasta el final de sus días en el fútbol, pero la mutación le costará. A él y a una afición que siempre le creyó un futbolista para todo el campo y para todos los partidos. En Yokohama fue una sombra de sí mismo y aun así firmó un hat-trick.
Con el paso de los minutos, el Madrid le dio al partido la apariencia de bolo de gira asiática, primero espaciando sus llegadas de modo alarmante y finalmente entregándole la iniciativa al grupo japonés, que aun propenso a desmayarse en cuanto olía la cal del área, acabó empatando por insistencia. Por insistencia y por un despeje fallido de Varane, hasta ese momento el defensa con mejor tono del Madrid, que le sirvió un remate a quemarropa a Shibasaki al filo del descanso. El Kashima había pasado de ordenado a subversivo por la inexplicable pereza del Madrid, al que cada día le cuesta más remangarse. Más cuando, a vuelta del descanso, repitió Shibasaki, con un izquierdazo que pilló en la siesta a la banda derecha del Madrid y a Keylor Navas.
Seis minutos después, Yamamoto libró al Madrid de una angustia inesperada, de un ridículo intolerable, al atropellar a Lucas Vázquez en el área. El penalti sacó a Cristiano del anonimato y a su equipo del apuro. Y entonces apareció el Madrid en modo competición, con un Benzema a plena iluminación, con Marcelo a toda mecha, con Lucas Vázquez desbordando una y otra vez hasta que le retiró Zidane, en decisión inexplicablemente injusta. Con su marcha se quebró el momento y se rompió el Madrid, agotado, que se salvó tres veces de la derrota antes del minuto 90. Y Sikazwe le perdonó vergonzosamente la roja a Ramos. Para eso, parece, no está el VAR, ese gran hermano que ha acabado siendo un primo lejano y molesto. El Madrid alcanzó la prórroga como el náufrago que llega la playa y ahí tiró de oficio. Benzema completó su sinfonía regalándole el 3-2 a Cristiano. Y el portugués repitió tras ver cómo Suzuki perdía en el larguero el 3-3. Cuando no le alcance para el Balón de Oro le sobrará para la Bota de Oro.
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