No hay quien pueda con el Betis. Once veces descendió a Segunda y 12 con la de hoy ha ascendido el club verdiblanco a Primera, la categoría de la que nunca debió ni debería volver a salir a poco que sus dirigentes intenten ponerse un poquito a la altura de su masa social, inmensa en cantidad y calidad, extensa como pocas y fiel como la que más. Ante el Alcorcón, unos 50.000 hinchas impregnaron primero de color los alrededores y luego las gradas del Villamarín para acompañar a su equipo en otro de los días D de una historia que, puntual, ha discurrido siempre serpenteante entre la proeza y la desgracia.
Quién lo iba a decir en diciembre, con el equipo verdiblanco a ocho puntos de distancia del segundo clasificado. Menos de seis meses después de que saliera Julio Velázquez, de que Merino pusiera un puente inmaculado (cuatro victorias en cuatro partidos) y de que Mel rescatara otra vez al equipo, hasta sobrarán dos jornadas para acabar campeón de Segunda y con ello guardarse algo de salud para otros momentos de zozobra. Que vendrán, seguro. Así es el Betis. Tan místico, tan mortal. Tan grande a pesar de lo mucho que lo quieran empequeñecer demasiadas veces.
Implacables en una persecución que convertirá este ascenso a Primera en uno de los más caros, Girona y Sporting no aflojaron el paso en las horas antes de la cita, así que había que ganar al Alcorcón para no pegar el petardazo. Y es muy del Betis eso de pegar el petardazo. Para evitarlo llegó de nuevo Pepe Mel, que esta vez arriesgó alforjas de prestigio con el objetivo de guiar al equipo en medio de otra tormenta. Igual que en 2011, el madrileño ha vuelto a hacer que parezca fácil. Bien deberían los que en la planta noble quieren al Betis, si es que lo quieren, de extirpar al menos de las oficinas a aquellos que le meten palos en las ruedas al entrenador de Hortaleza. Quizá fuera de Sevilla haya paganos que no se puedan creer esto: hay gente, dentro de mismo club, que no quiere ver a Mel ni en pintura.
Claro que el técnico madrileño ha tenido la inestimable ayuda de la que quizá por calidad no sea la mejor pareja de delanteros en la historia heliopolitana, pero que sin duda tiene derecho a ganarse los títulos de “más prolífica” y seguramente “más rentable”. Cinco años más viejos que cuando aterrizaron en Heliópolis, Rubén Castro y Jorge Molina han vuelto a empujar hacia Primera al Betis a golpe de gol. 51 (y faltan dos partidos) alcanzan entre los dos. Una bestialidad.
32 tras su doblete lleva Rubén. Al canario, quién si no, debía pertenecer el gol, los goles, que pusieran al equipo verdiblanco en la senda del ascenso. Una preciosidad de vaselina que lleva toda la campaña intentando sin éxito el Messi de Segunda y que le tenía que salir, precisamente, en el partido más importante y cuando más sufría un Betis que, como casi siempre y es difícil pedirle más, no tenía el control del partido. Adán había salvado ante David Rodríguez y Javi Jiménez, ante Ceballos, pero poco o nada pudo hacer ante la picadita de seda del delantero canario (1-0, 23’).
Fiesta bajo la lluvia.
Lo intentó mucho y bien el Alcorcón, que antes de visitar el Villamarín sumaba siete partidos invicto y no había perdido desde febrero. Pero lo que quedó, ya en el segundo tiempo, fueron dos goles más, el 2-0 de penalti, de la mejor pareja de ataque verdiblanca. Heliópolis vivió más de 20 minutos de éxtasis bajo una lluvia torrencial. Nada, ni la palanquetas de punta, podrían haberle aguado la fiesta a una afición de Primera con la que no podrán doce descensos ni mil. Aunque no los merezca.
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