El lunes de carnaval Thomas Neukirch me invitó a participar en la noche cultural que organizó en el Centro de Arte de Mójacar. Quería que leyera algunos de mis poemas en medio del bosque animado de sus dibujos pintados a tinta china; cada uno de ellos colgado del extremo superior de una caña, y alumbrados individualmente por una lucecita, retratando así algunos momentos únicos de su vida cotidiana.
Yo le dije que sí. Siempre me gusta recitar. No sé si son poemas, frases o versos sueltos, pero recopilé dieciséis de lo que llevaba escrito en este año, y lo englobé bajo el título ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’, en honor a un relato que a su vez da título a un libro de relatos del ‘Chéjov americano’, Raymond Carver.
Lo recité todo seguido, sin pausa, como ahora: “Mi pelo huele a henna amor, todo es mentira, amor, salvo ese olor, salvo aquel olor mezclado de tu cuerpo y el mío”. “Las palabras son lo único que me hacen levantarme”. “Vamos a hacer algo, vamos a hacer algo, que cambie nuestras vidas”. “Quiero ser mía y nada más”. “Me gustaría darte un abrazo, sí, ahora, durante todo el día y la noche, un abrazo muy largo, eterno”. “Los caminos de la libertad son todos duros y hermosos”. “Siempre pendiente de si me miras, de si me hablas”. “Me siento especialmente sola, apartada del mundo, sin ningún interés”.“Esta mañana he soñado que ya no me querías”. “Yo creo que sí. Que todo lo hago por amor o con amor”.“Porque soy parte de tus pensamientos”.“¿Así me demuestras tu amor? perdona que te pregunte ¿no quieres contestarme, o ahora estás en otro momento y ya se te ha olvidado todo?”. “Cuando deshojo la margarita me dice que sí”. “Pero cuando no me haces caso me duele”. “Por eso necesito una mano, volver a coger una mano, dormir, soñar, olvidarlo todo y despertar”. “Ahora, hace un minuto o dos, tú estabas ahí y me gusta, pero a ti no te importa”.
Todo sucedió en un instante. La gente que me rodeaba permaneció en silencio, sin apenas moverse, totalmente atenta, y mi voz sonó en algún momento emocionada. Al final leí más rápido, fue creciendo el ritmo, y de pronto acabé y me disculpé porque fuera tan corto. Pero yo no sabía lo que significaban los aplausos, y me dieron tanto calor. ¡Fueron tan cercanos!
Nada más acabar, una mujer joven, sentada en las rodillas de un hombre, me dijo, mejor así, breve, ¿no ves que nadie se ha movido? Y un chico desconocido, al despedirse del acto se me acercó, y con voz misteriosa me advirtió, ¡cuidado con ese amor! para mí que es un desamor; así lo he sentido yo, añadió.
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