Introducción a la felicidad: las películas americanas

Julio Béjar
23:30 • 17 may. 2016

Las películas americanas –de Hollywood, quiero decir– nunca defraudan, porque siempre sabes qué encontrarás: madres muy rubias preparando suculentos desayunos, adorables sheriffs obesos, héroes tan mediocres como noso­tros, casas con jardín y cortacésped, coches tan buenos que no necesitan cerrarse con llave, pasillos con taquillas, bailes de fin de curso y un primer beso.
En las películas americanas no encontrarás colas de espera ni simulacros. Los malos nunca pertenecerán a tu familia. Apaches, nazis, soviéticos, amarillos, terroristas o capitanes del equipo de fútbol jamás razonarán su punto de vista ni justificarán su absoluta crueldad. Y tú podrás odiarles y sentirte feliz.
Pero a veces ocurre diferente. No sé si me explico. Es como el cuento del campesino que dejó su tranquila aldea creyendo que en el pueblo vecino la hierba sería más verde. Y luego se marchó a la ciudad pensando que allí ganaría más dinero. Y luego al extranjero donde todo funcionaría más rápido. Pero cuando llegó a la frontera, miró al cielo y dijo: “sacrifiqué la tranquilidad de mi aldea para entender que en cualquier parte del mundo las estrellas son inalcanzables”. Y podría ser un cuento popular ruso, alemán, vietnamita o iraquí –porque en todas partes hay un campesino dispuesto a aleccionarnos– pero no una película americana.
No sé si me explico. Yo podría seguir dando vueltas a este artículo hasta encontrar un final sorprendente, un cierre ingenioso que no decepcione o una moraleja que te haga feliz, pero vaya donde vaya no habré acertado del todo. Siempre existirá otro sitio mejor, lejos de aquí, donde tampoco aprendamos a ser felices.







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