Con cierta curiosidad hace tiempo que observo desde el escepticismo e incredulidad de la casualidad que año tras año, una vez periclitados los usos y costumbres en torno al día de todos los Santos y del Día de Difuntos, la climatología torna sus expresiones con una suerte de fenómenos que de alguna manera inciden y transforman los paisajes multicolores e inconfundibles de los camposantos, jardines artificiales de estas calendas, recintos botánicos por unos días en los que la floricultura se erige en dueña y señora del silencio que marca las horas infinitas de esos silentes guetos donde a la sombra del ciprés habitan el dolor, los recuerdos y la nada. Los vientos, de poniente –aíre de arriba, que llaman en mi pueblo- o de levante, según la ubicación geográfica, arrecian con ímpetu en estas jornadas postreras al reencuentro anual con los que ya no comparten las cosas terrenas.
Los cementerios desnudan su atrezzo, en algunos casos de forma fulminante: calles y pasillos ofrecen un aspecto confuso y hasta violento, como si hubiesen albergado extrañas batallas entre seres desconocidos que hubieran utilizado ánforas, jarrones, y flores como armas arrojadizas, de tal guisa que el desorden de los elementos ornamentales es la tónica general de estos otros poblados de tan homogénea arquitectura, la del misterio e incertidumbre del otro lado de la vida. En ocasiones, cuando por estas jornadas de retaguardia de la honra de nuestros seres ausentes acudimos a sus necrópolis, contemplamos un panorama en naif que parece pasado por un temporal o azotado por un huracán. Los gladiolos, las rosas, los lillium, las margaritas y crisantemos, que tan recientemente lucían su colorido, aparecen ahora –si es que se visualizan- mustios, abandonados de los recipientes que los contenían.
Las lámparas encendidas han oscurecido sus llamas y entre las hojas sepias de los árboles compiten en una absurda carrera por llegar a ninguna parte.
Es el paisaje después de la batalla, donde impertérritos se mantienen panteones, nichos y lápidas, junto a sentidos y ocurrentes epitafios, como el recogido en un tema musical de Pesadilla Electrónica: Detente mortal/ lo que tú eres/ hubo un tiempo en que yo fui/ fueres quien fueres/tu destino esta aquí/ rezame una oración/ya la rezarán por ti...
Los epitafios, como la memoria, se mantienen tal cual, no se desnudan, a fin de cuentas son epitafios al viento.
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