Soy de los que creen que existe el espíritu navideño. Un clima de bondad nada interesado se extiende por el planeta como consecuencia tal vez de los dos mil años que llevamos de cristianismo. En Navidad parece que fuéramos más cordiales, más dispuestos a escuchar al prójimo y hasta incluso más perdonares de las ofensas infligidas.
En estos días los humanos nos dividimos en dos clases de individuos, los que creen y los que no creen: los primeros pueden penetrar en el misterio bíblico cantado y preanunciado por los profetas. Los segundos se quedan a la puerta del convite como los mendigos que no han sido nunca invitados pero sin embargo oyen el despilfarro en el interior.
Aquel anuncio de los ángeles a los pastores en el secreto de la noche está bien traído porque hablaba de paz a los hombres de buena voluntad. ¿Hubo siempre buena voluntad entre los hombres? No puedo responder a esa pregunta, pero al menos, después de algunas guerras especialmente aniquiladoras para la humanidad, sí que se levantaron hombres inteligentes y discretos exigiendo el sentido común entre las naciones y creando fiestas especiales para la reflexión. Hoy es un día de esos. No es mucho, claro está, pero vale la pena. Parece que Rusia ha pedido un alto el fuego en Siria aunque todavía no s e ha materializado.
También la ONU ha pedido algo semejante para Alepo. La tregua parece ser una de las reliquias pacifistas que aún nos quedan del espíritu navideño. Y ustedes dirán: ¿Qué es esto frente a los muertos que todos los días nos traen los memdios de comunicación? ¿Dónde se meten los refugiados que llevan muchos meses huyendo de la guerra y muriendo de hambre y de frío a pesar del auxilio prometido de las naciones europea?
El Papa de Roma ha convocado una reunión de alcaldes donde están por cierto las alcaldesas de Madrid y Barcelona para tratar ese asunto lacerante. Quizá hemos de hacer examen de conciencia sobre el comportamiento tardío y malo de Europa en estos momentos. Se impone el consumismo más ramplón frente a un mundo en manos del capital.
No parecería Navidad si no nos acordáramos de personas que no tienen ni siquiera dónde pasar la noche en el Día auroral de los Derechos Humanos.
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