Quizás porque forme parte de ese modo de ser tan fieramente humano que nos define como almerienses, pero habrá que admitir que vivimos en una ciudad en la que la base de cualquier diálogo es preguntar de qué se está hablando, para comenzar a oponerse a ello con verdadera pasión. Es verdad que luego estos debates no pasan del encono -antes verbal y ahora cibernético- testimonial y que casi nunca las palabras se traducen luego en hechos tangibles, en la adopción de medidas o en las manifestaciones callejeras. ¿He escrito “manifestaciones” y “callejeras”? ¿En Almería? Usted dispense el soponcio. Aquí somos de mucho lirili y poco lerele, lo cual acaba también teniendo su encanto, dicho sea con la mejor y más constructiva intención prenavideña. Y hablando de eso, no puedo dejar de mencionar el empeño que algunos están poniendo en criticar el alumbrado navideño de la capital almeriense, comparándolo con el de la vecina capital malagueña. El permanente discurso del agravio comparativo, con el que tan gozosa y febrilmente nos dolemos. Seamos claros: el de Málaga es mucho más bonito sí, pero también es mucho, muchísimo, más caro. Iluminar solamente la calle Larios -sin contar el resto de calles- que es bastante más corta que el Paseo, le cuesta al Ayuntamiento de Málaga 900.000 euros que pagan todos los malagueños. A los amantes del dato diré que el Ayuntamiento de Almería gastará menos de 200.000 euros en iluminar nuestra Navidad. Casi la quinta parte. Habría que leer y escuchar a todos los que juzgan como pobre y rácano el alumbrado navideño si nuestro Ayuntamiento quintuplicase su gasto en bombillas de colores. Entonces saldrían los de la pobreza infantil, los de la desigualdad en los barrios, los que piden menos luces y más obras, los de la contaminación lumínica y los contabilizadores de motivos piadosos por si había una peligrosa escora al laicismo ornamental en fechas tan señaladas. El caso es criticar, que en eso sí que nos reconocemos todos los almerienses.
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