El domingo pasado terminó en Madrid la última de las manifestaciones sindicales que han tenido lugar en toda España bajo el lema: “Las personas y sus derechos lo primero”. El objetivo primordial, según los sindicatos convocantes, era coordinar la presión de la calle con la mesa de negociación patronal de cara a un diálogo interclasista auténtico y duradero. En concreto los sindicatos protestaban contra la reforma laboral, la pobreza, la igualdad y el reparto de los beneficios en el supuesto que sea cierta la recuperación de la que tanto habla este Gobierno. Como pasa siempre, no se ponen de acuerdo los diversos manifestantes en torno al número de asistentes. Para los sindicatos habría el domingo en Madrid unos 3O.OOO manifestantes. En cambio para la óptica de la Delegación del Gobierno la cifra no pasaría de unos 4OOO. Es la doble verdad que nos acompaña ahora en todas las cuestiones sociopolíticas con las que tenemos que enfrentarnos diariamente. Para mí al menos lo verdaderamente importante es que, por una vez, las gentes de izquierda se han decidido a luchar unidas bajo la bandera de los derechos perdidos. Si recuerdan la cabeza de la manifestación verían juntos a los líderes de UGT y de CC.OO. a miembros del PSOE de la comisión gestora y de los críticos rebeldes de Pedro Sánchez, a gentes de Podemos y de IU. Los derechos perdidos han sido bastantes durante la pasada legislatura. Ni siquiera la dictadura franquista llegó tan alto en la destrucción del Estado del bienestar. Aquí se impuso el despido libre, se convirtieron en lugar común los recortes homicidas sobre sanidad y educación. Aquí aumentó la pobreza, la precariedad salarial y la desigualdad social que son tres lacras que ahora fustigan los sindicatos después de salir de su sueño inhibitorio. Es cierto que los sindicatos obreros fueron siempre el paño de lágrimas de los trabajadores. Sin embargo la discutible herencia recibida, la crisis económica y los consejos europeos para que Rajoy no subiera los salarios, animaron a la derecha a perderse por los garajes oscuros de vez en cuando. Al quedarse sin mayoría absoluta, el PP no ha tenido otro remedio que prodigarse en el diálogo y el pacto con la oposición. Pero mucho cuidado porque hay días en que Rajoy parece arrepentirse amenazando con no tocar las leyes que aprobara sin contar con nadie. A este paso podemos ir hacia la huelga general.
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