El lugar de Maese Daniel

José Luis Masegosa
01:00 • 26 dic. 2016

A veces he sentido necesidad de envolver los balcones de mi casa en un lienzo y colocarlo en los estantes del pasado. Esas balconadas que quedaron sin macetas. Esos ojos a la calle por la que ya no andan los pasos que marcaron parte de nuestra vida. Es entonces cuando acaricio el vacío. Recuerdo quién fuí aquí y qué fue este lugar que fue yo mismo. Es algo que sucede cuando dejamos el techo que nos ha cobijado. Y nada más abandonar el entorno comenzamos a preguntarnos quién lo ocupará mañana, si su sueño velará como el nuestro y si su despertar apreciará el interminable diálogo de los pájaros que anunciaron nuestras albas. Frente a esos sitios que dejamos atrás sin rastro están los lugares en los que hemos estado sin haber sido conscientes. Es lo que creo debió ocurrirle a Daniel Velhurt, el fallecido organista holandés que recompuso en parte el órgano de la Basílica de mi pueblo, un proyecto roto junto a los órganos de las iglesias de María y de Cantoria, y cuyo recuerdo asiste a todas mis Nochebuenas, la última también.  Daniel heredó con vocación el oficio de su padre, hasta el punto de que el instrumento aerófono y su música fueron la vida de este tañedor de órganos del Valle del Almanzora. Una vida variopinta, convulsa y contrariada, divertida a veces, penosa las más, que su portador paseó con mucha dignidad por varios países europeos hasta que  se asentó en un cortijo de “Los Cármenes”, en Partaloa, donde quedaron dormidas para siempre la gubia, el buril y los cinceles del taller que con tanta ilusión creó.
Las virtuosas manos de Daniel Velhurt lograron ensamblar los milimétricos tubos de plomo y la trompetería del órgano de Oria, donado por una iglesia protestante de la ciudad holandesa de Moerdijk. Sin saberlo, Daniel fue el lugar que últimamente ocupó: su casa albojense, su taller partalobero y su órgano del coro de la Basílica de las Mercedes, en donde también viven las notas del ajado armonio, aún conservado, que durante tantos años acariciara Francisco Rodríguez, “El Sacristán”, un maestro de legos formado en los franciscanos que entonaba el gregoriano con la destreza de las mejores corales y que  aportaba un punto de autenticidad a las liturgias solemnes como la de la Misa del Gallo. Daniel Velhurt ocupa desde 2013 un modesto nicho del cementerio municipal de Oria. Su partitura más querida, el Réquiem de Mozart, habita paradójicamente junto a los sones alegres de Navidad entre las  bóvedas del templo y los arcos del coro, tal vez el lugar  donde Maese Daniel siempre estuvo sin saberlo. Y es que siempre hay otra vida en otra parte que nos da algo suyo cuando más lo necesitamos.







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