La Navidad es un tiempo de distancias cortas que propician los banquetes, saraos, cócteles y demás formulaciones del fun-fun-fun con el que despedimos cada año. Ahora bien, como todos y cada uno de esos encuentros llevan aparejados una ingesta alcohólica que en ocasiones se nos va de la mano, permítanme que les ofrezca un sencillo consejo para evitar alguna innecesaria metedura de pata causada por el pirriaque, que suele actuar sobre el sentido común como Mister Proper con la suciedad del baño, disolviéndola sin dejar rastro. Y que me disculpen, pero creo que el mejor ejemplo que puedo poner sobre esto son las recientes declaraciones de Mariano Rajoy acerca de la renuncia de José María Aznar a la presidencia de honor del PP. Requerido por los periodistas, dijo textualmente: “De Aznar lo único que voy a decir es nada”. Cuántos dolores de cabeza se hubieran ahorrado muchos políticos si en lugar de soltarse la lengua ante una gavilla de micrófonos, hubieran optado por hacerse un favor y declinar la invitación a decir algo. Reflexionen sobre esto ahora que se multiplican las posibilidades de coincidir en ambiente distendido con jefes, hermanos, compañeros, cuñados, primas, suegros, novias, e incluso con todos a la vez. Siempre cabe la posibilidad de sacar a colación temas como el benigno invierno almeriense, la fórmula infalible para la cocción del langostino o el estupendo gimnasio al que acudiremos en enero. Ahora bien, si lo que quiere usted es una cena-espoleta, comente lo bonitas/feas que están las luces de Navidad este año en Almería, la acertada/desastrosa idea de regalar pascueros o ya, en el vértice del riesgo extremo, defienda la existencia de una Escuela Taurina. Pero asegúrese de que ya no queden cuchillos en la mesa. Lo digo por los Servicios de Urgencia de Torrecárdenas, que también tienen derecho a pasar estos días con tranquilidad.
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