Diríase que las eléctricas y el gobierno pretenden regresarnos a los tiempos oscuros. Oscuros y fríos. Siglo y medio después de que la electricidad empezara a entrar en las casas, amenaza con salir porque no hay manera de pagarla. Cuanto nos hace civilizados en lo material de la vida ordinaria, la luz, el calor, la refrigeración, la higiene, los electrodomésticos, está pasando a ser de uso y disfrute exclusivo de unos pocos. Con la mierda de salarios de hoy, ¿quién puede pagar 150 o 200 euros mensuales en la factura de la luz?
Hay una cosa que se llama "precio político" que, aplicado a los bienes de primera necesidad, permite a todas las personas gozar de ellos al margen de su capacidad económica. Hay, o, mejor dicho, había, pues no se entiende que al bien que satisface necesidades tan básicas como cocinar, asearse, conservar los alimentos, lavar la ropa, calentarse, iluminar, no se le aplique de urgencia ese "precio político" de riguroso cumplimiento, en tanto se mete en vereda a la industria que ha maquinado éste complot, ésta extorsión inaceptable: O paga usted lo que a mí me de la gana, o se alumbra con velas y se muere de frío.
Entre impuestos, peajes, conceptos misteriosos y otras mangancias, da igual la electricidad que el usuario consuma, pues sólo un pequeño porcentaje de lo que se paga corresponde a la energía que utiliza. Con ello, se enriquecen las eléctricas y el Estado se lleva su gran mordida, por no hablar de la puertas giratorias, o, más bien, de las puertas francas entre aquellas y éste. Con ello, paralelamente, se empobrecen los ciudadanos, en lo material por el sablazo que les pegan, y en lo moral por la impotencia para remediarlo.
Cuando casi lo único que tenemos en España es sol y viento en cantidades industriales, se nos dice, para justificar la brutal exacción, que el precio de la luz se dispara porque está nublado y porque, en éstos días de tempestades, no sopla viento ninguno. No se han estrujado mucho los sesos, ciertamente, para urdir el complot.
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