Empiezo a sentir curiosidad por conocer la procedencia de ese sentimiento de blindaje o exclusión emocional de la crítica con la que, en muchas ocasiones, se comportan los dirigentes de la Junta de Andalucía en Almería, de los que no solemos conocer otra cosa distinta a la congratulación que ellas y ellos experimentan -de corrido- por sus permanentes y continuos aciertos. Y digo yo que, aunque sea por azar estadístico, alguna cosa harán mal estas señoras y señores, y que -tal vez- en alguna ocasión se habrán deslizado involuntariamente por la pendiente del error o que, llámenme desaforado, incluso alguna vez habrán sido conscientes de que lo que estaban contando sólo podía tener cabida en la amplia variedad de voces con las que el castellano define el concepto “mentira”. Pues no. Ellas y ellos están abonados permanentemente al éxito, y van por la vida con la tranquilidad del que se ahorra la incertidumbre del resultado del partido con una apuesta al triple 1X2. Aquí no pasa nada. Sólo así se entiende la desfachatez (esa actitud desahogada que hace años algunos conocían con el hoy desusado nombre de “sanfasón”) con la que el otro día se permitían anunciar, llenos de gozo, que la autovía del Almanzora, esa carretera que la Junta de Andalucía comenzó a prometer a finales de los años ochenta del pasado siglo, probablemente retomaría otra vez sus obras antes de finales de 2017. Galicismos al margen, lo más sorprendente es que aquí no pasa nada. O quizás sí. Por allí, por esa carretera inacabada (aunque eso no ha importado para que hayan organizado ya varias inauguraciones parciales) pasó la mismísima presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, para recibir el premio y el aplauso de los empresarios del mármol, los mismos que llevan más de treinta años padeciendo ese incumplimiento de la Junta de Andalucía. Pero con la Junta todo es espléndido e imparable. Eso sí: los empresarios nos dicen que tenemos que aprender a votar. Ellos lo saben mejor que nadie.
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