Llegó sin avisar, por la mañana, al Varadero en un taxi directo desde el hotel. Nadie lo había recogido y estaba impaciente por ir a ver a la chiquillería al colegio. La tarde de antes había estado en la Universidad de Almería. No fui consciente, aquella mañana, pero estaba a punto de correrse un fino velo y empezaría a andar un nuevo camino. Como decía el poeta, nacido en Murcia, en 1165, Ibn Arabi: “Un fino velo nos separaba a él y a mí de tal modo que yo no era capaz de verlo, mientras que él era incapaz de verme a mí, ignorante de mi presencia. Él estaba tan absorto que no me prestó ninguna atención, y me dije a mí mismo “no está destinado a seguir el mismo camino que yo”.
Era la hora del recreo y él se acercó a la valla: su semblante cansado cambió. Los maestros preguntaron a la chiquillería al otro lado de la valla: -¿Sabéis quién es? –Sí, es Juan Goytisolo. Gracias a él tenemos casas nuevas- contestaron con decisión. Y como en los cuentos de las Mil y una Noches, se abrió la puerta del colegio, y la vida ya no fue la misma. En el patio le cantaron, bailaron y lo abrazaron; y él, paciente y cariñoso, atendía a la algarabía que demostró que su sueño es posible, que existen puentes entre las dos orillas, que la mezcla y la convivencia son el camino de la hermandad entre pueblos. Le habíamos hablado de Otman El Azami, maestro de integración del colegio de La Chanca. Ese día no lo esperábamos porque no tenía clase, pero como en los cuentos que se narran en la Plaza de Xmáa de Marrakech llegó con su camisa roja intensa de manera inesperada. Cuando acabó el recreo un grupo reducido de prensa, maestros del colegio y una alumna, llamada Mónica, fuimos a dar un paseo por el barrio. Otman me recordaba que: “ese día Juan estaba inspirado y divertido y nos contaba como borraba con sus manos pintadas racistas en la pared de la calle de su casa”. Al llegar a la calle que tiene su nombre, esquina con la calle Valdivia, dijo señalando una pared: “Quiero que se haga una pintada que ponga: aquí no se aplica la Ley de Extranjería”. Y nos arrancó unas carcajadas con su ocurrencia. Juan iba de la mano de la niña que nos llevó hasta las Casas de Ángel. In situ comprobó el estado de infravivienda en el que vivía y los impuestos desorbitados que pagaban por la limpieza municipal para los servicios que se daban. Regresamos al colegio. Todos estaban en las aulas, había un silencio contenido. Subimos al coche. Por primera vez en esa semana nos quedamos a solas y un silencio se hizo entre los dos. No sabía por dónde empezar la conversación, aún así me lancé con el corazón aún bullendo: “Tú estarás muy acostumbrado a estas emociones, pero yo necesitaré días para asimilarlo”. Sin quitar la mirada de la Escuela me dijo: “No creas. Necesitaré también tiempo para reposarlo. Escribiré sobre ello cuando llegue a casa”. En la Avenida del Mar le conté lo impresionada que me había quedado con la visita del escritor, y en aquel momento Embajador de la Unesco, José María Ridao. No estaba extrañado de mis impresiones y me contó lo especial que era para él, cómo se conocieron e incluso que era su albacea. José María tendió puentes entre nosotros y diluyó mis inquietudes para poder hablar con normalidad con Juan. Fuimos a una comida a la que lo estaban esperando y sin terminar de comer me dice: “estoy cansado: ¿me llevas al hotel?” Así hice, lo llevé y de camino al hotel me dijo: “Tendrían que existir muchos más Otman en el mundo”. Me fue contando cómo había vivido su sueño hecho realidad esa mañana en el Patio del Colegio de La Chanca, de convivencia, de unión entre pueblos. A su comentario certero, añado en estos días: Tendrían que existir muchos más Otmans y Juanes en el mundo, porque ambos creen en el ser humano para vivir en un mundo más justo y solidario. Juan estuvo una semana conviviendo entre nosotros, entre actividades vecinales, universitarias, literarias y grabando el documental de Nonio Parejo: “Releyendo La Chanca”. Una semana intensa para todos y también para mí, porque desde entonces no soy la misma. Como dice el humanista teutaní El Azami: “Te llevó de la mano para sacarte de un espacio cerrado y lanzarte al espacio abierto de la vida y la escritura. Eres una de sus destacadas herederas, en parte eres su producto”.
Han enmudecido La Chanca y la Plaza de Xmáa El Fna al mismo tiempo que Sensi Falán nos alivia la gran tristeza, que habita en estos días, tendiendo puentes entre los dos lugares a ritmo de saidi. Su canción “Vivir del cuento” con un fragmento musicado de Makbara. Me siento afortunada cuando mi recuerdo hacia él es de una persona cariñosa, amable, alegre, locuaz, ingeniosa, atenta, solidaria y, sobre todo, llena de ternura. “Que la tierra le sea leve a Juan sin Tierra” escribieron en el libro de condolencias que el Instituto Cervantes abrió en la ciudad de Marrakech. Juan fue y será nuestra luz, como lo fue su libro La Chanca para el barrio. Escribió Otman El Azami: “Se ha enmudecido la Plaza de Xmáa El Fna y un manto de misericordia recorre Marrackech. Se va nuestro amigo para quedarse eternamente. Se cumple su anhelo de dialogar con el príncipe de los poetas y gran maestro sufí, Ibn Arabí. Abraza el infinito para morar nuestro interior como luz, faro y alminar de su koutubia celestial”.
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