Antiguas estatuas ilesas

Para cualquier almeriense de viaje en Nueva York, la visita al Museo Metropolitano donde se expone, reconstruido pieza a pieza, el patio de honor del castillo renacentista de Vélez Blanco (S.XVI), constituye una especie de deber de paisanaje no escrito que se consuma entre la resignación y el malestar. La sala donde se encuentra, que no es ni mucho menos la más impresionante del museo, es lo más parecido a ese verso de García Lorca en “Poeta en Nueva York”: “una plaza del cielo extraño para las antiguas estatuas ilesas”. Pero por mucho que uno se enoje al ver allí lo que, si fuéramos de otra manera, podría haber permanecido conservado y admirado en Almería, no cabe sino consolarse pensando que el mal cuerpo que, por esos mismos motivos, podrían sentir los visitantes egipcios, griegos o italianos, ha de ser considerablemente mayor. Pero no estoy aquí para hablarles del turismo que yo me costeo, sino del viaje que acaba de facilitar la Junta de Andalucía a Nueva York, -incluyendo la presencia de cargos públicos- para que varias empresas de Macael hablen de su mármol en ese mismo museo. Es usted libre de incluir este comentario en el capítulo de las críticas cazurras que suelen hacerse cuando el político de turno viaja a costa del contribuyente para una misión más o menos cuestionable. Me parece perfecto, pero mientras me va poniendo la boina y el cesto con la gallina piense en esto: ¿Qué habrán pensado de este viaje las familias almerienses que dependen económicamente de la Escuela del Mármol a la que esa misma Junta de Andalucía ha sido incapaz de pagar durante larguísimos meses? ¿Qué pensarán de los gastos en Nueva York los almerienses que esperan desde hace treinta años que la Junta de Andalucía termine la llamada –precisamente- “Autovía del Mármol”? Pues da igual lo que piensen, porque los cargos de la Junta tienen, como las estatuas ilesas del poema,  el mismo halo de inalterabilidad de los mármoles de los Fajardo y los obeliscos egipcios de las salas adyacentes. Les da todo igual.