Cuando esta tarde en las paredes del IFEMA madrileño solo queden prendidos, como fantasmas, los ecos de la reentronización de Pedro Sánchez a la Secretaría General y los militantes regresen a la vida cotidiana-tan tediosa siempre-, después de ocho meses de excitación partidista, la batalla habrá terminado y comenzará a llegar la melancolía.
Como canta Serrat en su luminosa ‘Noche de la Fiesta de San Juan’, en el atardecer de la santificación laica de Sánchez y con la resaca de la derrota o la victoria a cuestas, volverá el militante a su militancia sentimental, el cargo público a su nómina y el señor cura a sus misas. Vayan bajando la cuesta que les llevó a la cima emocional del triunfo o del fracaso que arriba, en Madrid, se acabó la fiesta.
Porque ahora es cuando empieza, de verdad, la guerra. Desde el 21 de mayo, y durante estos dos días de congreso con más estruendo, todos los que participaron en la catarsis emocional que fueron las primarias han apelado al deseo de unidad como el bálsamo que todo lo cura. No los crean. El PSOE es hoy el mismo partido del último año.
Porque lo que existe en su seno, no desde hace solo ocho meses, si no desde mucho antes, es una división política y personal que hace casi imposible el deseo unificador y fraternal que unos y otros proclaman cínicamente desear.
Entre Pedro Sánchez y los barones hay una distancia conceptual, ideológica y estratégica tan abismal que la reconciliación -sincera por real- se antoja, a pesar del respaldo a “la búlgara” de ayer, (casi) imposible.
El ya secretario general intentará llevar a la práctica una hoja de ruta marcada por el acercamiento a Podemos, el desarrollo de un estado plurinacional (que nadie, ni él mismo, sabe lo que es), la búsqueda de una moción de censura que le lleve a la presidencia del Gobierno por un camino distinto y distante al que diseñó la aritmética electoral y diseña la lógica (¿se va a aliar con los independentistas?) y la defensa de una política de izquierdas tan escrita en el aire que corre el riesgo de llegar antes al populismo que a la socialdemocracia.
Claro que, en el terreno de sus opositores liderados (o mejor: mal liderados- ahí están los resultados- por Susana Díaz), tampoco han contado con un cuerpo conceptual, ideológico y estratégico capaz de ganar el respaldo mayoritario de la militancia.
Después de meses de encarnizados combates vacíos de argumentos pero llenos de insultos, la mayor diferencia, aunque no la única, entre uno y otro lado de la trinchera es que los susanistas no sabían dónde ir, pero sí donde no ir; y los pedristas ni sabían, ni saben dónde quieren ir, pero tampoco saben dónde no quieren ir.
El antiguo aparato no quería acuerdos con la banda de Iglesias y su posicionamiento contra alguna ambigua cesión al independentismo no admitía lugar a dudas. Propugnaban el No es No a las dos opciones.
Por el contrario, el sector que apoya- este sí, sinceramente por real- a Pedro Sánchez y que tiene el respaldo legítimo por mayoritario a sus postulados, invierte la negativa anterior y se muestra proclive al Sí es Sí, con matices, a las dos opciones. Sánchez ve imprescindible alcanzar algún tipo de confluencia con Podemos para alcanzar un gobierno de izquierdas dentro de tres años y, además, considera que será imprescindible buscar acuerdos con los independentistas catalanes si lo que se pretende es desalojar a Rajoy de La Moncloa antes de agotar los plazos de la legislatura.
¿Qué hará el PSOE a partir de ahora? Eso solo lo sabe Sánchez y, quizá, ni él mismo (sus vaivenes han sido tan numerosos durante su anterior mandato que hace razonable la duda). Pero el tiempo político no se detiene y a la vuelta de la esquina tendrá que enfrentarse a dos situaciones de extremada complejidad.
La primera le obligará a posicionarse ante los futuros desafíos de los independentistas catalanes. Él ha mostrado ya su inequívoca oposición a la celebración del referéndum independentista catalán. Pero, ¿cuáles serán sus decisiones si Puigdemont continúa su hoja de ruta y el gobierno se ve obligado a utilizar medidas de impacto formidable como la suspensión de la autonomía catalana, la utilización de los Mossos para impedir la consulta o el procesamiento judicial de quienes la promueven? Su decisión no está clara; y no lo está porque una parte importante de su arrollador triunfo en las primarias se cimentó en el respaldo abrumador de los militantes del PSC a su candidatura; unos militantes que, no se olvide, mantienen ante el proclamado “derecho a decidir” una actitud más cercana al respaldo que a su negación.
El otro cabo de las tormentas que deberá doblar Sánchez en los próximos meses se lo marcó Pablo Iglesias el miércoles, nada más terminar su fracasada moción de censura. Aquel día, Podemos daba por finalizada su temporada de primavera en los medios comenzada con el tramabús, seguida por la pretendida (y fracasada: apenas cinco mil personas) concentración multitudinaria en Sol y cerrada en la pasarela estelar del Congreso. Pero Iglesias no para- no puede parar; si deja de estar en los medios se oscurecen sus perspectivas- y ya le puso tarea al nuevo PSOE: preparar una moción de censura conjunta para antes de Navidad.
¿Qué hará Sánchez ante estas dos encrucijadas? La respuesta está en el tiempo.
Como está escrito en el tiempo que, acallados los ecos del IFEMA, Susana Díaz y los barones con poder institucional continuarán firmando en sus Boletines Oficiales, quienes le apoyaron continuarán ejerciendo sus responsabilidades (remuneradas) en las diferentes estructuras de sus gobiernos y los que lideraron la revuelta contra el aparato dormirán esta noche con la satisfacción siempre agradable y placentera de la victoria.
Una victoria que solo se verá ensombrecida cuando mañana, al despertar, caigan en la cuenta de que, hasta ahora, lo único que han conquistado ha sido el importante despacho orgánico de Ferraz, pero que aquellos a quien tanto odian, continúan ocupando los despachos oficiales del poder institucional que es, no lo olviden, al que aspiran todos.
Para los militantes de una y otra trinchera la vida sigue igual; al menos, hasta dentro de dos años. Y eso es mucho tiempo paras quienes en la noche de las primarias creyeron haber alcanzado el cielo.
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