La prestigiosa revista científica “Sociobiology” (que es la que pido siempre en mi peluquería antes de tener que conformarme con el último número de “Interviú”) se ha hecho eco de un importante descubrimiento realizado en Almería. En un espartal de Pulpí, unos investigadores dedicados a la conservación de los ecosistemas semiáridos del sureste ibérico han descubierto una colonia de raras hormigas de la clase Temnothorax. ¿Y bien? Pues esto supone un acontecimiento entomológico de primer orden, porque las hormigas viven en colonias de apenas cincuenta individuos y sólo salen a forrajear de noche para evitar las altas temperaturas. Al margen del admirable mérito de quienes pasan las noches buscando bichos entre los matojos, la noticia abre un inquietante escenario de interpretaciones próximas a lo apocalíptico. Y es que cada vez que una catalogación zoológica ocupa los titulares de la prensa almeriense hay que echarse a temblar. A las pruebas me remito: no hace falta recordarles la pintoresca peripecia de la tortuga mora (Testudo Graeca) y la de meses de retraso que su traslado y acomodación nos está costando a la llegada del AVE. Además, los lectores más memoriosos recordarán que la excusa ecológica también fue motivo de comentadas disputas hace algunos años, cuando otro gobierno de otro partido encontró en el sapo leproso (Mauremys Leprosa) una explicación anfibia al enorme retraso que también acumulaba la autovía a Murcia. Por eso quiero alertar ahora sobre los posibles usos argumentales que la defensa del frágil hábitat de tan singular invertebrado puedan suponer para las infraestructuras almerienses. No descarten que algún delegado de la Junta de Andalucía acabe diciendo que no se pueden poner aparatos de aire acondicionado en los colegios de la zona porque sus emisiones podrían ser letales para la pobre hormiguita. Salvemos el planeta.
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