El pasado miércoles participé en el curso “Líderes y liderazgo en el siglo XXI”, dentro de los Cursos de Verano de la Universidad de Almería, para hablar sobre la actuación de los medios de comunicación en la construcción de los liderazgos. Las líneas que siguen resumen mi intervención.
Sucedió hace ahora veintiún años. El Almería estaba en Segunda División B y el fútbol en la capital navegaba en medio de una calma chicha que solo se veía alterada por las apariciones de Guillermo Blanes, presidente del club. Blanes era una Santísima Trinidad, estaba en todas partes, solo le faltaba rematar los balones en el área, era la cabeza y la imagen, la única imagen del club.
Un día, en medio de este desierto de referencias futbolísticas, se me ocurrió, con la compañía conceptual de Eduardo del Pino, entonces redactor de deportes y hoy excelente cronista sentimental de la ciudad, reunir a un grupo de redactores y redactoras para buscar algún jugador que pudiera ser investido con la aureola del liderazgo dentro del campo y en las gradas.
En una mesa pusimos las fotografías de los jugadores más importantes del equipo y les pregunté quién les parecía el más atractivo física y futbolísticamente.
La respuesta rozó la unanimidad: Diego y Luna.
Había que elegir y Eduardo se decantó decididamente por el primero. Luna era rubio, tenía los ojos azules, era gitano y además tenía la chispa de los jerezanos. Y, sobre todo, era delantero centro.
El cóctel de Luna daba más garantías que el de Diego, un malagueño, quizá más guapo, según las chicas, un interior derecho de excelentes cualidades pero sin olfato de gol.
A las pocas semanas, Luna ya era el jugador más entrevistado en La Voz y en la SER y su foto la que más aparecía en el periódico. Antes de que acabara el primer tercio de la liga, centenares de aficionados decoraban sus habitaciones con un póster del jugador distribuido gratuitamente por este periódico y antes de que finalizara la primera vuelta el grito de las gradas, era ya “Luna, Luna/Luna. Luna”.
Es un detalle sobre la construcción de un líder doméstico y de fácil construcción en el mundo tribal del fútbol, porque las tribus necesitan líderes y La Voz les construyó uno, un jugador en quien confiar el camino hacia la victoria.
Evidentemente el experimento funcionó porque el delantero centro hizo lo que debía hacer: meter goles. Y es que, en fútbol como en todo en la vida, sin éxito no hay paraíso.
Hoy aquel jugador es, quizá, el más recordado por los aficionados de aquella época, y su etapa en Almería permanece en su recuerdo, según confiesa en todas las entrevistas que se le han hecho desde entonces, como la mejor de su carrera deportiva.
¿Construyen los medios líderes? Sin duda, sí.
El ejemplo de aquel jugador gitano es, como decía un ejemplo doméstico. Pero la historia está salpicada de ejemplos en los que la simbiosis interesada de los medios y de quien aspira al liderazgo social, ha sido determinante para el futuro de la sociedad.
He comenzado a recorrer mi intervención dentro de la geografía provincial, pero voy a adentrarme ahora en un territorio cargado de simbolismo y proyección histórica mundial.
Para argumentar mi afirmación de cómo funciona con éxito esa simbiosis entre quien aspira al liderazgo y los medios de comunicación voy a tomar como referencia a los cuatro presidentes americanos con más proyección y más trascendencia.
Comencemos por Lincoln. Su llegada a la presidencia se produce en 1861, en un momento en que la prensa escrita crece de forma extraordinaria por la aparición del telégrafo, que permitía difundir las noticias de toda la nación y de forma inmediata. Lincoln se da cuenta pronto de esta circunstancia y, mientras su contrincante, Stephen Douglas, recorría todo el país pronunciando innumerables discursos, él difundió sus ideas desde los periódicos- el New York Times había nacido en 1850 y en Chicago ya se imprimían el “Republican Tribune” y el “Democratic Times”. Su victoria fue indiscutible.
Como colosal fue su famoso discurso de Gettysburg de noviembre de 1863. Aquel discurso apenas contaba con 300 palabras pero fue difundido por toda la prensa y alguna de sus frases más lapidarias forman parte, desde entonces, del pensamiento democrático más puro y entre las que destaca aquella de apelaba al “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Pero si los periódicos fueron importantes en el liderazgo de Lincoln, la radio lo fue en el mandato de Franklin Delano Roosevelt.
Roosevelt llegó a la presidencia trece años después de que se fundase en Pittsburgh la primera estación de radio con una programación continua (la KDKA). La utilización que hizo en su campaña y durante su mandato de este medio ha sido estudiado por numerosos expertos en comunicación y nadie duda hoy que su indiscutido liderazgo se basó en aquellas famosas “Charlas junto a la chimenea” en las que hablaba a los ciudadanos sabiéndose poseedor de una gran capacidad oratoria y siendo consciente del valor emocional que puede llegar a tener una voz seductora.
Treinta años después, John F. Kennedy se presentó, según los expertos de entonces, sin muchas posibilidades de éxito a las primarias para las elecciones de 1960. Tenía como adversario a Richard Nixon, un político más experto y con un mayor dominio de los poderes influyentes en el voto de la sociedad americana.
En aquellos años la televisión se había extendido por todo el país y ya ocupaba un lugar preferente en casi todos los hogares norteamericanos, aunque la política formaba parte habitual de la programación.
Pero Kennedy tuvo la intuición y la osadía de pensar que podría ser el mejor camino para llegar a la Casa Blanca. Por primera vez hubo debates entre los candidatos y, como escribe Jorge de Esteban, los observadores coincidieron en que más que por sus ideas, a causa de sus cualidades de actor, de su atractivo físico y de su capacidad expresiva, Kennedy ganó por muy pocos votos unas elecciones en las que antes de los debates nadie le daba vencedor.
El cuarto símbolo de esta doble vía compuesta por el rail de los medios de comunicación y los líderes políticos por la que ha circulado el tren que les ha llevado a la presidencia de la nación más poderosa del mundo se detuvo en 2008 en el andén de Internet. Obama miró desde ese anden más allá de los medios tradicionales y se subió al AVE digital de la red.
Un tren, el de las redes sociales, al que consiguió subir durante su campaña a más de un millón de participantes en su red social y que le convocaron y celebraron más de 50.000 eventos a lo largo del país, recaudando más de 30 millones de dólares aportados por más de un millón de donantes. Todo lo hizo por medio de la web my.barackobama.com
Con estos antecedentes el Washington Post lo calificó como “rey de redes” en la campaña del 2008.
Pero, como en toda moneda, las cruces acompañan a las caras y una de esas cruces tiene la cara dura de Trump.
El estrafalario presidente supo desde el principio que su zafiedad era incompatible con la exigencia de los grandes medios americanos y buscó- y encontró-en el vertedero incontrolado de la red el fango en el que mejor podía moverse. La postverdad y el fanatismo nacionalista se convirtieron en sus aliados más útiles y el resultado está a la vista. Contradiciendo a Jorge Manrique, las redes sociales son su campo de operaciones en las que cada día dice y se desdice, miente y no se arrepiente.
El presente ya lo conocen, el futuro ojalá no lo estropee de forma irremediable.
Pero cambiemos de tiempo verbal y de escenario. Volvamos a cruzar el charco y vayamos a la política española.
Desde la llegada de la democracia hemos sido testigos de varios ejemplos de cómo los medios han construido liderazgos.
El primero fue el del presidente Suárez. Cuando llegó a la presidencia de Gobierno sustituyendo a Arias Navarro nadie creyó en él. Los franquistas porque lo consideraban un traidor; para la derecha sólo era un arribista y para la izquierda no pasaba de ser un falangista de guardarropía reciclado de aperturista. Los grandes medios de comunicación privados nunca lo vieron con simpatía por su pasado como Secretario General del Movimiento, pero, de su etapa en la dirección de Televisión Española, aprendió el valor del medio. Su discurso antes de las elecciones del 15 de junio del 77 fue excepcional y su “puedo prometer y prometo” ha pasado ya a la historia de la mejor oratoria política. Era un seductor al que la televisión adoraba.
Felipe González fue ya un líder desde antes de Suresnes. Un político excepcional. Pero en su arrolladora victoria del 82 influyó de forma importantísima su carisma estético, el apoyo casi unánime de los grandes periódicos y la hegemonía mediática recuperada por los informativos y las tertulias radiofónicas.
Después de estos dos presidentes, quienes les han sustituido no han alcanzado un nivel notable en la escala sociopolítica del liderazgo. Aznar fue un mediocre que supo rodearse de inteligentes, Zapatero un mediocre rodeado de mediocres y Rajoy un pragmático rodeado de leales (con malas ideas y peores comportamientos para sus adversarios), pero con buena cabeza para la gestión sin excesivos escrúpulos.
El capítulo final de esta compenetración interesada entre los medios de comunicación y los liderazgos lo encontramos en Podemos.
El éxito electoral alcanzado por la formación morada en apenas dos años hubiera sido inviable sin la colaboración decidida- agobiante a veces- de algunas cadenas de televisión y de varios diarios digitales.
Pablo iglesias se dio cuenta desde el principio de que, para asaltar los cielos, hay que hacerlo desde los bombarderos mediáticos y a ello se apresto con la decisión premeditada de un obseso. Quien mejor definió esta estrategia fue Monedero en su intervención de hace unas semanas en Sálvame Deluxe: antes- dijo- los guerrilleros luchaban en la sierra, ahora la lucha se ha desplazado a los platós de televisión”.
Han pasado mas de ciento cincuenta años desde que Lincoln se diera cuenta de la importancia de los periódicos para alcanzar el poder, pero si algo nos demuestra la historia es que hoy, como ayer, entre los medios y los aspirantes al liderazgo han cambiado las formas, pero el fondo, como cantaba Julio Iglesias, sigue igual.
Son las dos vías por las que siempre ha circulado el tren de la política y el periodismo y que, aunque actúan de forma paralela, acaban siendo dos railes distintos con un solo objetivo verdadero: el de la confluencia de intereses.
Una confluencia de intereses que casi siempre tiene fecha de caducidad porque, si algo hemos aprendido, es que los amigos de hoy acabarán siendo los enemigos de mañana.
Haríamos bien políticos y periodistas en no olvidar la teoría de los puerco espín: la realidad obliga a veces a caminar juntos, pero es preciso mantener la distancia suficiente para que los pinchos de unos y otros no alcancen la cercanía suicida que acaba hiriendo sin remedio y sin cura a los periodistas que lo practican.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/134250/politicos-y-periodistas-la-extrana-y-peligrosa-pareja
Temas relacionados
-
AVE
-
Universidad de Almería
-
Franquismo
-
Cadena SER
-
Segunda División B
-
Radio
-
Internet
-
Medios de comunicación
-
Elecciones
-
Política
-
Construcción
-
Televisión
-
Fútbol
-
Verano
-
Pedro Manuel de la Cruz