Cazorla o el riesgo de cabalgar sobre un tigre

Su batalla individual contra el PP almeriense, las decisiones contrarias a las líneas de su partido y la pérdida de poder dentro del mismo le han llevado hasta el abismo polít

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 23 jul. 2017

En su irresistible ambición por afianzar cada día más su camino hacia la cima, Miguel Cazorla no tuvo en cuenta que en la otra cara de la montaña está el abismo. El concejal de Ciudadanos ha mantenido desde la convocatoria de las últimas elecciones municipales una permanente huida hacia adelante en la que nunca tuvo en cuenta el verso de la santa de Avila cuando asegura que “la paciencia todo lo alcanza”. Él nunca la ha tenido y, acosado por el síndrome de “El divino Impaciente”, su bajada de la cima se antoja imparable y el único camino que se vislumbra es el del Gólgota.
Desde que la madrugada previa al día de san Antonio de 2015, su partido le obligó a romper el pacto alcanzado con el PSOE y dar su apoyo al PP y la alcaldía a Luis Rogelio, Cazorla se ha empeñado en transitar un camino endiablado, tanto en su trazado como en la velocidad en recorrerlo.
No sé si Cazorla es aficionado a la pintura y conoce el aguafuerte de “ El sueño de la razón produce monstruos” de Goya, pero su obsesión por ser el dueño de ese sueño le ha rodeado de sus propios monstruos que amenazan con devorarlo. 
Desde aquella víspera del día de san Antonio, Cazorla no ha hecho otra cosa que ponerse enfrente a casi todo el mundo. El partido lo puso firme desde Madrid tras una conversación de Rajoy con Rivera en la que, entre otros temas, hablaron de la alcaldía de Almería que Ciudadanos iba a dar 24 horas después a Pérez Navas. A raíz de aquella traumática decisión, que lo situó en ridículo insoportable, comenzó la movilización de algunos cuadros del partido en su contra. 
Comenzó a perder el poder provincial al crearse las agrupaciones locales; perdió el poder en la agrupación de la capital y perdió la unanimidad en su entorno y en el grupo municipal. Tres pérdidas importantes a la que se le contraponía un solo objetivo verdadero: humillar al PP. Una victoria emocional que le resarcía, en parte, de la derrota de su venganza contra Luis Rogelio y su guardia pretoriana de concejales.
Desde entonces la teatralización en la negociación de los Presupuestos alcanzó perfiles de comedia de enredo (desde el principio se sabía que los acabarían apoyando porque Madrid siempre acaba diciendo la última palabra); la visualización de sus propuestas -acertadas algunas, extravagantes otras, legítimas todas- le situaron una y otra vez en la relevancia efímera de un titular caducado a las pocas horas; sus críticas sobreactuadas hacia el equipo de gobierno que sus compañeros y él apoyaron, sostuvieron y sostienen, acabaron por perder toda sombra de efectividad. Y la amenaza sutil, pero permanentemente exhibida, de una moción de censura ya no se la cree nadie.
Tanta acumulación de errores ha tenido su último acto en la saga/fuga durante cinco días de Mabel Hernández del grupo municipal. Un viaje de ida y vuelta en el que, al margen de la preadolescencia política demostrada, lo único que ha quedado claro es que Miguel Cazorla ya sólo provoca incomodidad en los dirigentes provinciales y regionales del partido. Que un tipo tan sosegado, tan mesurado y tan equilibrado como Juan Marín venga hasta Almería para decirle públicamente que quien lleva el paso cambiado en el partido es él y no el resto de sus compañeros (incluida Mabel, que acababa de dar el portazo) es una descalificación que no admite matices.
Desde la semana pasada a Miguel Cazorla, un político trabajador pero sin tino para controlar las ambiciones, su hoja de ruta política y personal le ha saltado hecha pedazos. Su descontrol (de no controlar) el grupo municipal será tutelado desde Sevilla; las relaciones con Marta Bosquet, un poder real en la capital andaluza, y con el resto de representantes públicos, serán más inexistentes de las que ya son ahora. Y el PP, que tanto y tan equivocadamente le temieron, ha acabado por no tomárselo en serio. Tan poco en serio que cincuenta y cuatro minutos después de que Mabel Hernández presentara su renuncia en el registro del ayuntamiento, al concejal Carlos Sánchez, su mayor enemigo junto a Ana Labella en la corporación sólo se le ocurrió subir un comentario en una red social en el que, citando a John F. Kennedy recordaba que “aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando a lomos de un tigre, acabaron dentro de el”. 
Ah, por cierto: el primer “me gusta” a este comentario tan inocente lo “clickeo” Ana Labella. 







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