Las fieles barberías

José Luis Masegosa
22:31 • 06 ago. 2017

Pertenece a un gremio cuya tarea civilizadora se pierde en el tiempo. Con él he compartido los grandes acontecimientos públicos de las últimas décadas y los aconteceres de la vida local. Un contratiempo personal me ha mantenido ausente algún tiempo, ausencia que no ha sido inadvertida por mi propia imagen, pero a la que no he querido remediar con la participación de otro profesional que no sea la de quien cuida de ella desde hace muchos años. Razones de peso no han faltado, al menos para mí. Cambiar de peluquería, concebida como lo que siempre ha sido: el ágora más enriquecedora de cualquier lugar, me habría creado un imperdonable sentimiento de culpa casi rayano en una  infidelidad conyugal. 
Enfrentarse a un fígaro nuevo, desconocedor de las ondulaciones laterales de tu cabello, ignorante del grosor que según la estética acuñada de años deben poseer los pelos de tu barba o la orientación del inseparable mostacho, es un reto que te crea una insuperable sensación de inseguridad, una incertidumbre de lo que puede ser irremediable cuando te bajes del sitial, entre la concurrencia de una parroquia ignorada, y el espejo te pregunte por tu identidad. Debe ser una experiencia dura, amén de perder la oportunidad de recibir los últimos datos de la actualidad más palpitante de la localidad. Estos razonamientos me han procurado en las últimas semanas unas luengas barbas y un exceso de la melena de la testa que aún disimulada causaba cierto aspecto de abandono. Estas reflexiones son las que me han obligado a hacer antesala de varias semanas hasta que hace unos días pude acudir a mi barbero de siempre, Antonio Torregrosa, un profesional de vocación con más de cincuenta años de ejercicio. Un hombre preotoñal, discreto, afable, servicial y metódico que no escatima tiempo ni horario para acicalar a sus fieles parroquianos.
Sin desdeñar una nueva cita para exponer con mayor amplitud y en otro formato  la vida e historia de este trabajador de la barbería, sí he de dejar constancia de la perseverancia y dedicación de este gran profesional de la barbería, que igual te corta el pelo a las once de la noche mientras detalla las bondades de su última añada de vino, o perfila tu barba una mañana de domingo en tanto refiere las cualidades de las hortalizas de hogaño; sin dejar atrás, claro está, las recientes novedades del municipio, incluidas bodas, bautizos y comuniones si es temporada. 
Además de estos cebos, cuando en la recoleta barbería, casi familiar, de Antonio Torregrosa sales a escena y ocupas el sillón con más de ciento veinte años de vida –durante más se setenta almanaques ocupó la peluquería alineada con la entrada del desaparecido bar “Los Claveles”, en la Puerta de Purchena-,  eres investido casi ceremoniosamente con el babero y ofreces la nuca indefensa, te sientes ciudadano considerado. 
Cantan celestialmente las tijeras del experto que a su vez canta las cuitas de las ausentes cabañuelas y te facilita las escasas nuevas de la información meteorológica, de la que es un ferviente apasionado. Son las barberías, como la de Torregrosa, que nos hacen fieles de por vida.


 







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