La necesidad de crear informaciones cíclicas que generen una costumbre repetitiva en los medios nos depara en cada septiembre la aparición de reportajes sobre los “peligros” de la vuelta al trabajo tras las vacaciones. Un síntoma inquietante del ablandamiento estúpido de una sociedad invitada a ampliar por todos los medios su “zona de confort”, que ha acabado convirtiendo el regreso laboral en una amenaza torva e inquietante que nos espera cada año agazapada en el calendario. Sin necesidad de esforzarse demasiado podrán ver entrevistas con psicólogos y esa nueva especie de chamanes laicos que se hacen llamar “coachs”, abarrotándonos de consejos compasivos para hacernos menos lesivo el abrumador reencuentro con el puesto de trabajo, siempre que éste se tenga, claro, porque estas labores periodísticas se pasan por el forro a las personas que acumulan años sin poder volver de las vacaciones porque están -igual que la alcaldesa Carmena llamaba a las pilinguis mujeres en situación de prostitución- en “situación de desempleo”. Lo digo porque acabo de ver el anuncio de un reportaje sobre “cómo evitar contracturas en la oficina tras las vacaciones”, que naturalmente me he negado a ver por no fomentar el crecimiento de ese periodismo masajista que nos aturde y entontece con majaderías de relleno. Me pregunto qué pensarían de todo este amaneramiento social las personas de la generación de mis abuelos, que consiguieron levantar y consolidar una clase media estable y próspera en un país que arrastraba miserias y complejos de siglos, y que jamás fueron dados a la queja por el mucho trabajo que hacían dentro y fuera de sus casas. Y como colofón-paradoja de lo que digo, comprueben cómo conviven hoy en los medios las noticias sobre los malos datos de empleo del verano con el remilgo y la afectación de los “desgraciados” que vuelven a la oficina tras las vacaciones.
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