La lírica y la heroica son al independentismo como el arroz pilaf y las zanahorias baby al solomillo: guarnición y acompañamiento para dar más consistencia y vistosidad al plato. Y es que en todo el relato del independentismo subyace una permanente apelación a un “hecho diferencial”, que está lleno de sagas y mitos y cánticos que explican las razones por las que se hace necesaria e inevitable la ruptura con el “resto del Estado”. Y lo digo así porque los separatistas no ponen el nombre de España en sus labios si antes no ha salido de ellos la hermosa palabra “puta”. Y si miramos a la epicéntrica Cataluña, comprobamos que allí llevan cuarenta años de tostón y dolencia, destilando un minucioso discurso de rechazo y de odio para explicar las notables diferencias entre españoles y catalanes, al estilo de lo que decía el inefable Padre Padrone del invento catalán, el muy honorable Jordi Pujol, cuando escribió a finales de los años setenta un libro en el que aseguraba que “el andaluz es un hombre acostumbrado a pasar hambre durante cientos de años” (sic) y que adolecía de “falta de mentalidad”. Y la verdad es que hay que reconocer que para no ser español, Pujol ha robado como el más hambriento de los bandoleros de Sierra Morena. Igual que los organizadores del referéndum bufo del domingo que, para no ser españoles, demostraron tener una españolísima querencia natural, casi congénita, por la improvisación y la chapuza. Y para terminar, lo mejor. Los catalanes no son españoles, no se sienten españoles y abominan de lo español. Pero ¿acaso hay algo más español y más nuestro que empeñarse en algo y hacerlo “por cojones”? Pues así están los muy diferentes y distintos catalanes: haciendo las cosas por cojones. Como españolitos que vienen al mundo. Nada más épico y más heroico que hacerse independientes por cojones. Ni Manolo el del Bombo es más constante en sus anhelos.
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