Partida de tramposos

La vida nos ha enseñado que es mayor el aprecio cuando pierdes las cosas que antes despreciabas

Antonio Felipe Rubio
01:00 • 06 oct. 2017

Sentado en un taburete, camisa negra, cubalibre en mano, cigarrillo humeante, inequívoco acento catalán... el genial Eugenio vaticinaba el escenario actual con un chiste de su repertorio: El hombre cayó por un despeñadero con la suerte de agarrarse a unas ramas salientes y, desesperado, gritaba ¡socorro! Y, cuando le faltaban las fuerzas, escuchó una voz que venía del cielo “suéltate de la rama, que unos ángeles te recogerán y te depositarán con suavidad en el suelo”. El hombre, contrariado, volvió a gritar ¡qué no hay nadie más ahí! 
Si analizamos el citado percance, los semidioses del abismo (el Govern) es la ayuda que el infortunado pedía escuchar: “Este Govern te va a salvar la vida; te va a librar de la miseria de esa rama de la que pendes (España); vendrán helicópteros del Ejército Republicano en tu auxilio; descenderás sobre un colchón de aire perfumado de Puig y, ya en tierra, te aguardamos entonando Els Segadors”. 
La vida nos ha enseñado que es mayor el aprecio cuando pierdes las cosas que antes despreciabas. El problema surge cuando no eres consciente de que cuando quieres ganarlo todo no reparas en que, por lo menos, algo tenías para poder apostar aun con arriesgada ambición. La apuesta a máximo riesgo (en póker “All-in”) es un fracaso garantizado cuando enseñas tus cartas… ¡y son cinco comodines! La trampa es más que evidente; aquí se juega con cartas, no ya marcadas, sino hechas a medida y fuera de las reglas de juego. Como resultado, la partida se termina sin más; si antes no se propinan unos golpes o se profieren merecidos improperios. Aquí ya no cabe ética y estética. Los tahúres de la democracia pervertida se han reunido en una “partida” convertida en hatajo de tramposos oportunistas que cuentan con el apoyo de lo peor de cada casa. Ahora bien, se equivocan cuando piensan que seguirán jugando con el riesgo y dinero ajenos. La huida más que previsible de importantes agentes económicos es el prólogo de un suicido político y social que pretende involucrar al máximo de víctimas enardecidas con una dosis de odio que les hace perder la perspectiva de la locura que les impulsa. Así comienzan las revoluciones fascistas, que terminan como ya sabemos. 
No es momento de glosar lo ya sabido de ilegalidades, humillaciones, amenazas, confrontación, odio, fascismo… Pero sí se puede citar la acción del Gobierno de España que, en reiterado cálculo de riesgos, no determina algo tan simple como discernir sobre delitos tan execrables como sedición, rebelión o aplicar el 155 o el 8 de la Constitución. El pueblo no puede ver la acción implacable de la justicia ante un robagallinas y dejar pasar los días con humillantes acciones a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, padres de alumnos, trabajadores y ciudadanos de bien abocados a confrontar con niñatos y populacho cultivados en la ignorancia y el odio. Pero no reprochemos al Gobierno la necesaria cautela ante decisiones que conllevan altísima responsabilidad. Esto no es un huevo que se echa a freír. La contienda se decide por los generales en el centro de operaciones, pero es en el campo de batalla donde se combate y corre la sangre. 
Ahora nos “estremecemos” con imágenes (muchas falsas y manipuladas) de la Policía y Guardia Civil cumpliendo con su trabajo dispersando a los infractores de la ley. Ya me gustaría ver el grado de satisfacción del industrial independentista que le atracan en su negocio y entra la Policía Nacional capturando a los delincuentes haciendo uso de la fuerza necesaria, por violenta que ésta sea. Y mil gracias a la Guardia Civil cuando al industrial que alienta el “procés” se le va a pique la menorquina y le rescatan con éxito. Les aseguro que si la Policía despejara a hostias nuestra vivienda okupada ningún propietario pondría objeción a tan magnífica actuación. Pero tenemos que aguantar las admoniciones de burócratas europeos que nada dijeron sobre la expeditiva actuación policial en Alemania durante el G-20 o las protestas ante un tren con residuos radioactivos. España -incluida Cataluña- es diferente. Necesitamos ayuda psiquiátrica, especialmente cuando llegan a gobernar irredentos sicópatas.    







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