De la deslealtad de Aznar a la ambigüedad de Sánchez

En un momento como el que atraviesa España y la Constitución y en el que están en juego las dos, quienes estén cometiendo uno u otro pecado serán merecedores de

Aznar y Sánchez conversan, en una imagen de archivo.
Aznar y Sánchez conversan, en una imagen de archivo.
Pedro Manuel de La Cruz
12:54 • 08 oct. 2017

De todos los pecados cometidos por los políticos y partidos constitucionalistas en el conflicto catalán hay dos que habrá que pasar al cobro por su temeraria irresponsabilidad: la deslealtad cínica y la ambigüedad calculada. En un momento como el que atraviesa España y la Constitución y en el que están en juego las dos, quienes estén cometiendo uno u otro pecado serán merecedores de la penitencia irremediable del desprecio. En el bando de los desleales al primero que hay que situar es al ex presidente Aznar. Desde que sucedió a Fraga hasta que se despidió del gobierno con su actitud repulsiva en el 11M, mantuve con él cuatro encuentros para entrevistarlo y en todos me pareció un tipo mediocre que, eso sí, supo rodearse de gente más inteligente que él.  




El jueves y después de leer su despiadada y vengativa opinión sobre Rajoy -Si tu indolencia o cobardía te incapacita para controlar la situación, vete (que eso era lo que venía a pedirle)- volví a aquellos encuentros y volví a recordar que, de todos ellos, salí con la impresión de que el ex presidente era un tipo consumido por un egocentrismo patológico trufado por una mezcla contradictoria de divismo y timidez. Esta percepción la he comentado con Rajoy, con algunos de los que fueron sus ministros y con líderes regionales y provinciales del PP y, aunque alguno la ha matizado, ninguno me la ha negado con convicción.




La deslealtad de esta semana corrobora que aquellas percepciones no estaban, al menos, muy erradas. Que todo un ex presidente se atreva a desacreditar al presidente democrático de un país que está siendo víctima de un golpe de Estado es tan infame que solo puede provocar repugnancia. 
España atraviesa la crisis más grave desde que recuperamos la democracia y a Aznar sólo se le ocurre debilitar al presidente del gobierno que tiene que pilotar el barco en medio de la tormenta. Nadie sabrá nunca qué pensó cuando firmó esa opinión, pero nadie dudará tampoco que el rencor y cesarismo han sido dos de los pilares en los que ha asentado su indignidad. 




Aznar no perdonará nunca que Rajoy no haya tolerado que quien lo nombró le escribiera el guion de su mandato en el PP y en el Gobierno. Quiso irse permaneciendo y esa es una aspiración imposible; una imposibilidad que ha acabado convirtiéndose en un sentimiento de rencor insaciable. Pero claro, si al rencor le sumamos el delirio por autoproclamarse el Cid Campeador del siglo XXI, la mezcla no puede ser más explosiva. O más delirante. Porque no hay que olvidar que fue durante sus mandatos cuando Pujol y Arzallus obtuvieron para Cataluña y Euskadi los mayores beneficios, como acabaron reconociendo públicamente uno y otro.




Aznar ha cometido un error del que su soberbia le impedirá arrepentirse pero con el que tendrá que convivir a su pesar. La guerra de Irak le condenó ante sus adversarios políticos; la deslealtad con el país en unos momentos tan decisivos le ha condenado para los que le acompañaron, con su militancia o con sus votos, en sus dos legislaturas. Que Felipe González calle sus críticas al presidente Rajoy porque lo que está en juego es España y no un presidente de gobierno y Aznar haga todo lo contrario es una estampa histórica en la que cada uno aparecerá retratado como se merece.
Claro que si de personajes mediocres hablamos- Dios los cría y ellos se juntan-, esta semana también hemos tenido la aparición estelar de Pedro Sánchez. 




Después de horas y horas escondido cuando la tormenta más arreciaba- apenas un twit, una aparición breve, la nada-, al secretario general del PSOE solo se le ha ocurrido la brillante idea de reprobar a la vicepresidenta del gobierno por la actuación de la policía y la guardia civil en la jornada del referéndum bananero. Con el acompañamiento impagable de Margarita Robles como solista de su banda de mariachis en Ferraz, al PSOE- o mejor, a la dirección madrileña del PSOE- solo se les ocurre, como a Aznar, debilitar al Gobierno.




Ni un diseño estratégico, ni una idea, a Pedro Sánchez solo se le ocurre salir a escena para alarmarse por la intervención de las fuerzas de seguridad del Estado haciendo seguidismo de la estrategia diseñada- está sí- por Podemos y la CUP de incendiar la calle y buscar el desprestigio internacional del Estado. Las intervenciones policiales nunca son agradables, pero, muchas veces, son necesarias. Y cuando lo que se está desarrollando es un golpe de estado son imprescindibles. Que el gobierno no acertó en el diseño policial para impedir la apertura de los colegios es indudable; que los servicios de inteligencia no estuvieron acertados por no controlar la compra, almacenamiento y distribución de urnas, es evidente. Como es imprescindible analizar las causas que motivaron estos actos fallidos. Pero pasar del análisis del error a la reprobación en sede parlamentaria de la vicepresidenta es un salto cualitativo que retrata a quien lo hace. 




El nuevo PSOE tiene prisa por llegar al gobierno; demasiada prisa. Tanta que, ante la opinión pública, Sanchez aparece cada vez más como un político tan lleno de ambición como vacío de ideas.
Que tenga cuidado porque cuando se juega al borde del abismo siempre se corre el riesgo de despeñarse y, en su alocada carrera, a lo peor quien queda reprobado en el pleno del Congreso no es la vicepresidenta sino él. El PSOE es mucho PSOE. Pero, sobre todo, es mucho más que Ferraz.   



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