La rebelión sediciosa de los cobardes

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 29 oct. 2017

Escribió Sun Tzu en “El Arte de la guerra” que la mejor victoria es la que no se gana en el campo de batalla y, la peor situación, la que sitúa el conflicto en el arriesgadísimo escenario del asedio. Desconozco si Puigdemont ha leído el libro que el gran estratega asiático escribió hace más de dos mil quinientos años, pero, si lo hizo, no le ha servido de nada.
Desde que el 6 y 7 de septiembre el Parlament se situó al margen de la Ley violando la Constitución y el Estatut, su carrera hacia el abismo ha sido imparable. El viernes, enloquecido, dio el salto y situó al bando independentista en el peor escenario, aquel del que alertaba el general chino.
Porque, muy al contrario de lo que algunos analistas defienden, no es el Estado el que está asediando a Cataluña, es el Govern y quienes le apoyan los que están asediando al Estado de Derecho consagrado en la Constitución.
Lo que ayer aprobó el Senado a propuesta del Gobierno fue la respuesta a esa violación de la legalidad mantenida en el tiempo, intensificada en las últimas semanas y ejecutada parlamentariamente ayer en un pleno delirante. Ante la aprobación de la creación de la república catalana solo cabe una respuesta: la aplicación, con todas sus consecuencias políticas y penales, del ordenamiento jurídico. El cese de todo el Govern, la disolución del Parlament y la convocatoria de elecciones para el 21 de diciembre va en esa línea. La presentación el próximo lunes de las querellas contra los sediciosos por la Fiscalía, también. 
La contundencia que emana del imperativo de cumplir y hacer cumplir las leyes a que están obligados los poderes públicos no admite más dilaciones. No valen más apelaciones al dialogo. Porque el dialogo nunca puede existir cuando una de las partes lo que pretende no es negociar, es imponer. Los independentistas nunca han querido dialogar; lo único que han pretendido es negociar cómo y cuándo se constituían en un estado propio. Con esta innegociable condición era imposible mantener una vía razonante y razonada que posibilitara alcanzar acuerdo alguno.
Rajoy y el PP han cometido muchos errores en el diagnóstico y tratamiento del problema catalán. Como ocurrió en los gobiernos socialistas, el reto independentista fue considerado una extravagancia histórica y minoritaria al principio, una amenaza después y, ahora, un conflicto que, desde el viernes, ha acabado en una guerra abierta de la ilegalidad sediciosa contra la legalidad constitucional. Volver ahora sobre aquellos errores cometidos por complicidades electorales, dejación de responsabilidad o torpeza es un ejercicio tan inútil como llorar por la leche derramada. El pasado nunca vuelve.
Ahora es el futuro lo que nos aguarda. Un futuro imperfecto y lleno de incertidumbre en el que es imprescindible que todos los ciudadanos estemos con el Estado. Que nadie se lleve a engaño: Lo que se está viviendo estas horas en Cataluña es un proceso político en el que la democracia está siendo sustituida por un comité revolucionario en el que convergen, con complicidad sediciosa, los parlamentarios independentistas y las organizaciones tribales y en el que la locura ha sustituido a la razón, la algarada a la Ley, la demagogia al argumento y el rencor a la tolerancia.
Durante meses- y de forma más intensa estas semanas- los integrantes sociales de ese comité revolucionario se han comportado con las mismas armas del totalitarismo más negro: señalar púbicamente al discrepante, confinarle en el espacio de la traición aplicando el concepto estalinista de la “línea correcta” y esculpir, en sus casas o en su negocio, el anagrama de enemigo a batir, tan cruelmente utilizado en la Alemania nazi.
Frente al discurso tramposo de Podemos y el comunismo acomplejado, esta no es una batalla entre los independentistas y Rajoy o el PP. Es una batalla entre el Estado y los que quieren destruirlo. Aquí no hay terceras vías. 
Los bienintencionados intentos del PSC de buscar un punto de encuentro lo único que han demostrado es la conmovedora inocencia de quienes lo propugnaban. La desorientación permanente del PSOE ha sido una prueba, mas, de la levedad política en que su dirección sigue inmersa desde hace años.  La esperanza que alentaban algunos dirigentes del PP de que, al final, el Govern convocara elecciones se ha demostrado carente de base alguna.
No estamos, por tanto, ante un escenario que justifique la duda. Los culpables de despeñar Cataluña por un abismo aprobando un golpe de Estado son los independentistas y quienes, desde la ambigüedad interesada o la equidistancia cómplice los apoyan. Ahora lo que hay que exigir es que, sobre los sediciosos que el viernes aprobaron la declaración de la republica catalana escondiendo su cobardía en el voto secreto, caiga la Ley. Solo la Ley. Pero todo el peso de la Ley.  


 







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