Ya es un hecho que Barcelona ha perdido la sede la Agencia Europea del Medicamento. Es decir, miles de puestos de trabajo de calidad, centenares de miles de visitantes, centenares de millones de euros para la ciudad y más riqueza y prestigio para España.
Es obvio que la tensión política, la inseguridad jurídica, las algaradas en las calles, las huelgas salvajes y la desconfianza que en definitiva ha creado el ex presidente Puigdemont y su gobierno con la declaración de independencia y la sistemática renuncia a acatar la legalidad, ha sido fundamental para que la Agencia son haya venido a España. Sin embargo, no puede olvidarse que la propia alcaldesa de Barcelona no ha remado a favor. Incluso se ha filtrado en los últimos días que Colau no movía un dedo porque a sus bases este asunto no le interesaba. La pregunta pertinente que se hacen muchos ciudadanos es cómo es posible que desde la alcaldía de una ciudad se desprecie la llegada de un organismo de este tipo que genera puestos de trabajo de alta cualificación.
Y es pertinente porque viene de un grupo político que no deja de dar lecciones y de reclamar trabajo de calidad. Únicamente tiene una explicación y es ideológica: es una institución de Bruselas y genera riqueza en un sector, el farmacéutico, que debe producir alergia a los podemitas. Es difícil de entender si no es desde el sectarismo y la miopía, porque además este golpe viene a sumarse a la lista de desastres que ha provocado el independentismo.
En los últimos dos meses se ha ido sucediendo la publicación de datos económicos desastrosos provocados por la inseguridad y la desconfianza que ha generado todo el aparataje golpista. Hablamos de empresas, empleo, actividad, comercio, turismo... Ahuyentar la Agencia Europea del Medicamento es el penúltimo hito de los independentistas y de Colau. La incógnita es si los votantes el 21-D les pasarán la factura correspondiente.
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