Soberbia, poder y sombra

La soberbia es al poder lo que la sombra al mediodía: en cuanto te mueves algo te ves dibujado en el suelo. Lanzo esta consideración al ver el eco que ha tenido una de las frases-honda (entiéndase en su acepción arrojadiza antes que en su profundidad) empleada en las últimas horas por uno de los candidatos del duelo al sol en el PSOE almeriense, Fernando Martínez, que dijo que su opción huye de la soberbia del poder, apuntando a la mano que mece la cuna de la candidatura de su rival Pérez Navas. Escribo estas líneas antes de conocerse el final del tenso lance entre ambos candidatos, lo cual me libra –por el momento- de otras interpretaciones que quizás usted ya esté haciendo al conocer hoy el balance final de heridos y muertos en la balasera. ¿Acaso podemos desligar la soberbia del ejercicio del mandato? Parece una situación difícil de activar. El propio Fernando Martínez ejerció como Alcalde de Almería durante cuatro años y, por lo que se recuerda, no fue precisamente un asceta de la potestad municipal y, como todo alcalde, también tuvo sus alcaldadas. Errar es humano y herrar es mamífero, pero todos nos dejamos llevar por nosotros mismos cuando estamos en situación favorable. Y pocas cosas son más favorables que verse en lo alto de la cúspide de poder que supone, en su esplendor omnímodo, la Junta de Andalucía. Yo comprendo, pues, la soberbia de doña Susana (si es que el astuto candidato pensaba en ella) cuyos zapatos taconean a diario solerías episcopales y cuya voz reverbera sobre estucos y bronces de siglos. Acostumbradas a la supervivencia, es bien sabido que las de Triana se mimetizan pronto y bien con el entorno. Lo que queda por ver es si el ganador de la jornada de furia y votos del socialismo almeriense afronta la victoria envuelto en la túnica de algodón de los santones indios o cede a la tentación de vestir el raso encarnado de los emperadores. Los historiadores saben bien de lo que hablo. Los demás, también.