Uno de los endemismos que han marcado la historia de los socialistas almerienses en las últimas décadas ha sido la obsesión de quienes los han liderado por ocupar los despachos “orgánicos” del partido, desdeñando los despachos de las administraciones donde se ejerce el Poder. La consecuencia inevitable de ese desdén ha sido la ausencia permanente de militantes socialistas en las estructuras de ese poder, así en el territorio autonómico como en el nacional. En cuarenta años de Democracia, los socialistas almerienses que han tenido cargos de responsabilidad ejecutiva en los gobiernos de Sevilla o Madrid se pueden contar con los dedos de una mano y ese es un déficit que se ha acabado pagando. Nadie o solo los militantes del sectarismo puede defender que el cambio experimentado por la provincia y bajo los gobiernos socialistas no ha sido grande, ahí está la red de autovías o la creación de la Universidad. Pero con la misma rotundidad cabe preguntarse sobre qué habría pasado o cuándo podría haber pasado – el tiempo en que se hacen las cosas es extraordinariamente importante- si Almería hubiese estado presente en las estructuras en que se toman las decisiones. Llorar sobre la leche derramada es tan inútil como azotar un caballo muerto y elucubrar qué, cuándo y cómo se podría haber beneficiado la provincia de esa presencia de almerienses en los órganos del Poder es, ya, un ejercicio inútil.
Lo que para el PSOE no debería ser inútil es interpelarse colectivamente sobre los motivos que lo han situado en la capital y en los principales municipios de la provincia en una fuerza camino de la irrelevancia. La presencia y la acción política del partido en la capital, Roquetas, El Ejido o Adra es inapreciable y, lo que es peor para ellos, las perspectivas, si no hay un cambio de rumbo, no están revestidas de optimismo. No sé ustedes, pero apuesto diez contra uno a que, en la noche del miércoles en la que el PSOE de la capital volvió a certificar su eterna fractura interna (aunque esta vez con más rotundidad: 51 por ciento de votos para Fernando Martínez, 49 por ciento para Pérez Navas), estoy convencido, digo, que esa madrugada el más feliz con ese resultado era Ramón Fernández-Pacheco, el alcalde del PP que veía como sus adversarios salían más desunidos que nunca de una batalla interna que ha prolongado el desgarro vivido en las primarias nacionales, autonómicas y provinciales de los últimos meses hasta sus penúltimas consecuencias.
Observando la virulencia, el maquiavelismo y las traiciones (algunas obscenas, que prometo contar, con pruebas, en otra Carta) con que se han llevado a cabo todas las batallas libradas desde mayo hasta ahora, resulta inevitable preguntarse qué resultados habrían obtenido los socialistas en la capital, Roquetas o El Ejido si esa capacidad de lucha entre ellos la hubiesen proyectado en sus municipios y contra el PP. Nunca he visto trabajar más (o pelear más) a los dirigentes socialistas que en estas batallas internas.
El interrogante inevitable que surge llegado a este punto es por qué ese descuartizamiento, por qué esa lucha cuerpo a cuerpo entre dirigentes y sus lugartenientes se trastoca en casi indolencia cuando se practica la búsqueda del voto o el ejercicio democrático de la oposición.
La respuesta no es fácil y no hay solo una respuesta. Pero una de las razones puede buscarse y encontrarse en esa obsesión por dominar una pequeña parcela de poder interno antes que aspirar a otros escenarios mas amplios y comprometidos. Prefieren mandar en la sede antes que en una concejalía: es más cómodo, se trabaja menos y se cobra igual. Hay quien dice que hay ayuntamientos en los que los concejales socialistas están tan cómodos en la oposición que les da pánico llegar al gobierno. La afirmación se antoja exagerada, pero algunos comportamientos la alientan.
Y, lo peor de todo, es que hay dirigentes socialistas que se creen que por mandar entre las paredes de la sede acaban pensando que mandan en algo y no se han dado cuenta, todavía ¡y miran que llevan tiempo!, que en lo único que mandan, de verdad, es en la nada.
Mientras en la capital, Roquetas, Adra o el Ejido el PSOE arde en el circo político almeriense entre las llamas de sus peleas internas, Gabriel Amat y los alcaldes del PP les observan desde la distancia tocando la lira.
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