Y todo esto ¿para qué?

Antonio Felipe Rubio
01:00 • 22 dic. 2017

A  todo esfuerzo suele secundarle una recompensa. También es cierto que algunos esfuerzos obtienen satisfacción masoquista o simplemente conducen, por inutilidad, a la melancolía.
No se puede negar que para llegar a este esperado 21-D se ha recorrido un intenso trecho que ha logrado colmar el hastío, mantener la tensión y elevar los obstáculos. Esta campaña consiguió lo peor: aumentó el nivel de rencor, se exhibió la máxima zafiedad y no se escarmienta de las perniciosas evidencias. Es decir, aparece una Cataluña irreconocible. 
Va a ser muy difícil resolver y disolver la creciente amenaza independentista en Cataluña. El mayor problema radica en la creencia de una sociedad que pretende vivir de la herencia de la brillante burguesía que un día fue, para dirimir en la actual cleptocracia y mediocridad de orates y estólidos que se han servido del nacionalismo impostado como cobertura y chantaje que amedrentase a los diferentes gobiernos de “Madrit”.
El capo Jordi de la familia Pujol ya mostraba su desdén a la justicia española (“¿qué coño es la UDEF?”) con la autosuficiencia que le otorgaba disponer de un gran control autonómico que pertrechaba Policía a sus órdenes, judicatura “comprensiva” y la fuerza de la primera formación política votada en Cataluña que “alquilaba” sus servicios a un alto precio para garantizar la gobernabilidad cuando escaseaba la mayoría del PSOE o PP. Eso sí, tanto a Pujol como al iluminado Mas, les daba igual la carne que el pescado (Aznar o Zapatero), y ahí radicaba una relativa estabilidad y permanencia en el poder al frente de una Generalitat que se fue radicalizando y manteniendo el fundamentalismo en la imposición del idioma, inmerecido supremacismo y perversión histórica… Es lo típico en sociedades que fracasan cuando pretenden vivir de las rentas de etapas anteriores en las que se brilló con inteligencia, sacrificio, iniciativa, emprendimiento… y, sin duda, la latencia de la amenaza separatista que nunca desapareció y que sirvió para que Franco sosegase los ánimos con dinero, trabajo y modernidad en Cataluña y Vascongadas. Es curioso, pero el nacionalismo catalán se refundó en el franquismo. 
Gracias a los avances industriales, mejoras en infraestructuras, modernización de comunicaciones… Cataluña consiguió una progresión geométrica en otros parámetros de crecimiento. Sirva de ejemplo la enorme absorción de emigrantes (los parias de Andalucía y Extremadura) que tenían que abandonar su extrema miseria y ofensivo olvido para dirigirse a una tierra bendecida por la fortuna que forjó un ejército de sirvientas y peones a los que se les exigía el tratamiento de señorito o patrón y; ahora, irracionalmente seducidos, son los más radicales defensores del separatismo. No hay nada más desenfrenado que un charnego en plena faena “identitaria”.
Cuando la realidad te arrolla es difícil entender por qué se persevera en el error con semejante contumacia. Se ha perdido credibilidad, empresas, dinero, empleo… Ahora Cataluña es un verdadero desastre al que se le ha conducido intencionadamente con un programa de acciones premeditadas y un cálculo de riesgo que preveía el fracaso (la famosa Moleskine); y el problema es que las elecciones no van a resolver las gravísimas diferencias y radicalidad que ya se ha instalado en un amplio sector de la población sometida a una intensa labor de programación ideológica para garantizar la sostenibilidad de un régimen basado en el latrocinio y el chantaje con la esperanza de mantenerse, cueste lo que cueste y averíe lo que averíe. El valor del apoyo a la gobernabilidad en “Madrit” siempre ha supuesto el blindaje de las golferías de Pujol, Mas, ANC, Òmnium… hasta que llegó Rajoy y mandó a parar. Con Rajoy hay elecciones algo más serias, ¡qué diferencia con la patochada del 1-O! Y ahí está la garantía del 155 para evitar sandeces de última hora. Con Pedro, Pablo o similar fauna política al frente del Gobierno de España hoy no habría elecciones catalanas, tampoco habría la España que aún conocemos, y Cataluña sería otra cosa encaminada al desastre. Hay diferencia. 


 







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