Hace muchos, muchos años, en un país llamado Cataluña, hubo un famoso Prófugo, que cruzó las fronteras huyendo de la Justicia. Algunos de sus compañeros, que le habían acompañado y ayudado en sus fechorías, sin ser avisados, permanecieron y fueron apresados y encerrados en la cárcel.
Se celebraron elecciones y el Prófugo se presentó y, junto a los encarcelados, muchos de los cuales también se presentaron a las elecciones, les exhortó a que le eligieran presidente de ese raro País, que sentía predilección por sus delincuentes. Cuando estaban en medio de esas negociaciones, con los que habían sufrido el encierro de la cárcel y tenían un horizonte de juicios y condenas, el Prófugo les propuso que se nombrara a una amiga suya, como presidenta, puesto que él no se atrevía a volver para no sufrir encarcelamiento, pero que sería él, al otro lado de la frontera, quién gobernaría y decidiría sobre los asuntos más importantes. Estando en plena discusión, los jueces condenaron a los compañeros del Prófugo por un delito de corrupción, en un caso llamado Palau, en el que los compañeros del Prófugo cobraban cantidades de las empresas constructoras, a cambio de adjudicarles obras públicas. Los encarcelados, en libertad provisional, le dijeron a los representantes del Prófugo que cómo iban a darle la presidencia a un grupo corrupto, que cobraba de las empresas a cambio de saltarse la Ley.
Pero el Prófugo arguyó que eso eran cosas del pasado, y que él no había huido por cobardía, sino por conservar la libertad y poder volver a ser presidente del cada vez más arruinado país. A pesar de que el espíritu de la Navidad hacía poco que se había marchado, y todavía se conservaban las luces de la fiesta en las ciudades, los que afrontaron las responsabilidades de sus actos no quisieron avenirse a las exigencias del Prófugo, que siguió comiendo mejillones al otro lado de la frontera. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
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