En la costa oriental de Mozambique, en pleno Océano Indico, a más de ocho mil kilómetros de nuestro país, la voz firme y segura, clara y rotunda de Antonia Martínez Rivera, Sor Antonia, una hermana de las Franciscanas de la Purísima Concepción ,responde atenta en una lengua que mezcla el portugués africano con el tono nativo almeriense de Oria. Muy lejos de las felicitaciones y parabienes del nuevo año de nuestro país, la irma (hermana) Sor Antonia sonríe en la distancia física y diferente de otra realidad: “Esto es otro mundo. Celebramos la Navidad y el Nuevo Año porque nosotras tenemos ese espíritu y lo mantenemos, como el mensaje de bien que encierran las pasadas fiestas”.
El próximo mes de mayo, esta franciscana que predica su verdad con su ejemplo cumplirá veintitrés años en la misión que su congregación tiene en la Isla de Mozambique, donde junto a dos hermanas más. Allí, dice ella, que le deparó el Señor su lugar, su sitio y un plan a desarrollar, que es a lo que se dedica en cuerpo y alma. . Con tan solo catorce años mostró sus cualidades de entrega y dedicación a los demás, cuando en la aldea granadina de Las Vertientes, limítrofe con la provincia almeriense, se empleó en la atención compartida con el médico titular de los numerosos enfermos que una epidemia de tuberculosis ocasionó. El servicio a los más necesitados y más vulnerables es una tarea que esta emprendedora y valiente mujer almeriense abrazó con tan solo veinte años, cuando frente a muchas dificultades decidió abandonar la casa familiar e ingresar en su congregación, donde desde siempre había sentido la llamada de las misiones.
La posterior convalecencia en cama durante un año por una enfermedad pleural hizo sentir a Sor Antonia la llamada de Dios, si bien no sabía para qué. Sin embargo, poco tiempo después, la joven Antonia Martínez Rivera dejó su casa, donde convivía junto a otros ocho hermanos e ingresó en la congregación franciscana de Murcia. Corría el año 1969.
La monja orialeña no abandonó nunca su inclinación misionera, hasta que hace veintidós años se le abrieron las puertas de la isla africana, donde es una institución. Una residencia para medio centenar de jóvenes estudiantes, un comedor donde alimentan, de lunes a sábado, a cuatrocientos niños, otro comedor con casi un centenar de pequeños, una farmacia, dos hospitales y un grupo de ancianos a los que llevan diariamente la comida conforman la única razón de vida de Sor Antonia. No en vano, asegura que “nací para ser misionera”. Desde hace seis años, la franciscana almeriense no visita a su familia ni ha venido a su tierra. Dice que este nuevo año toca, pero al tiempo un impulso la frena: “Si es que para qué voy a ir. Mi sitio es éste. Aquí he vivido las mejores experiencias de Africa. Aquí trabajo con libertad y cercanía de los demás. Solo por eso merece la pena estar tan lejos y porque me he dado cuenta de que mi Señor está aquí, donde están los pobres, los necesitados. Por eso me siento muy feliz”.
Es la felicidad que Sor Antonia, testimonio vivo de compromiso personal, pide al nuevo año. Unos deseos de amor a los demás, de respeto al otro, de armonía, de paz, de solidaridad y de generosidad. Los mismos que ella regala con creces cada día.
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